Por qué elegir, recibir o aceptar a Cristo es de reformados



Hace algunos días realicé una publicación en la que comenté que hay algunas ideas que comúnmente vinculamos con el arminisnimo, cuando en realidad, deberíamos identificarlas como ideas reformadas. Enlisté una serie de frases y, de entre ellas, la que más problema causó a oídos de sinceros reformados de redes fue la frase “Debes elegir/aceptar/recibir a Cristo”. Yo dije y aún sostengo que esa es una frase reformada y en este artículo quiero esclarecer todo sobre este asunto.

1. El contexto de esta expresión
Digo y sostengo que como reformados debemos llamar a las personas a elegir, a aceptar o a recibir a Cristo. Debemos apelar a la voluntad de los hombres para que ellos tomen una decisión para dejar de vivir para ellos mismo y entregarse a Cristo. Pero veo útil aclarar que el contexto específico en el que estoy colocando estas exhortaciones es en evangelismo.

Digamos que hemos expuesto el evangelio ante una multitud de personas, cada punto vital del evangelio a sido explicado y, al finalizar, nuestro auditorio reacciona diciendo unánimes: “sí, está bien, queremos ser partícipes de la salvación qué hay en Cristo ¿Qué procede? ¿Qué nos hace falta? ¿Qué podemos hacer?”. Ahí, estimado hermano, en ese preciso momento, como reformados ¿qué diremos? ¿Qué diríamos?

Una y otra vez me encuentro con que muchos de nuestros énfasis desmedidos en sólo ciertos puntos de la fe reformada, han eclipsado la enseñanza más ámplia y más profunda de nuestra misma fe reformada y esto, a su vez, nos ha vuelto ineptos para responder a la pregunta que planteábamos arriba ¿Qué le decimos al pecador que quiere participar de la salvación qué hay en Cristo? Los árboles no nos dejan ver el bosque. La inmadura sobre-atención en ciertos puntos doctrinales nos nubla la mirada para atender otros tantos puntos que son igualmente importantes.

Una gran cantidad de reformados novatos hace, por ejemplo, énfasis desequilibrados en la depravación total y en la incapacidad del hombre para elegir a Dios, ponemos mucho de nuestro tiempo y energías en destruir el libre albedrío, subrayamos de forma ignorante la actividad monergística de Dios y el hecho de que la salvación sólo pertenece al Señor. Pasamos de defender el llamamiento eficaz a defender el llamamiento coercitivo. Como resultado de todo ello terminamos cayendo en una terrible pasividad anti-bíblica, negando casi el más mínimo atisbo de responsabilidad humana por mantener intacta la soberanía divina, y finalmente, como consecuencia de todo lo anterior, provocamos laxitud moral entre la grey del Señor, y falsa confianza para pecar. Desearía que esto fuera sólo uno muñeco de paja vilmente elaborado por nuestros opositores, pero lamentablemente ese no es el caso.

Llegamos, entonces, al momento del evangelismo negando casi cualquier tipo de movimiento, decisión u obra por parte de los pecadores. Diciendo: “No hagas nada, no tienes que hacer nada, sólo espera a que Dios te regenere y lo demás vendrá sólo”. Así que cuando los pecadores vienen esperando que les digamos cómo ser partícipes de la salvación que hay en Cristo no respondemos como responderían los apóstoles, ni Jesús, ni los reformados de otras épocas.

Porque más que enseñar la fe reformada estamos reaccionando contra la fe arminiana y en nuestro celo por despreciar lo arminiano llegamos a extremos no reformados.

Por supuesto, no faltará el que diga: “¿Y qué error hay en decir a los pecadores: ‘no hagas nada, sólo espera a que Dios te regenere y lo demás vendrá sólo’?” Yo respondo que teológicamente no hay ningún error. Es verdad que cuando Dios nos regenera, lo demás (La fe y el arrepentimiento: la conversión) vendrán como consecuencia de esta regeneración. Sin embargo, a pesar de que no hay error teológico en dicha frase, sí hay un error bíblico. Y no estoy diciendo que nuestra teología sea anti-bíblica ni que exista una contradicción entre nuestra teología y las Escrituras. Lo que estoy diciendo es que existe una diferencia entre la teología y la Biblia.

La teología nos señala a las verdades que debemos creer, pero es la Biblia la que nos enseña la metodología a seguir. La teología rara vez nos enseña como hacer las cosas, su papel consiste más bien en explicarnos qué es cada cosa en la Biblia. Pero es la Biblia la que nos muestra el cómo, la metodología. Por ejemplo: Es teológicamente cierto que el pecador, antes de ser regenerado, está muerto en sus pecados y que no puede decidirse positivamente por la salvación. Es verdad que el hombre carnal siempre despreciará a Cristo. Es verdad que se necesita de esta obra sobrenatural en el corazón humano para capacitarlo para creer en Cristo de forma salvífica. Pero es igualmente verdad que, a pesar de todo lo anterior, nadie nunca en la Biblia expuso el evangelio y concluyó diciendo: “Pero no hagas nada, sólo quédate ahí y espera a que Dios decida regenerarte porque, de por sí, la fe que necesitas no viene de ti”. ¡Jamás se dijo algo semejante!

Entonces tenemos a la Biblia estableciendo la metodología, y el método bíblico de evangelismo nos enseña a concluir la exposición de las buenas nuevas haciendo un llamado explícito y autoritario a los pecadores, un llamado a que se decidan por Cristo, a que se conviertan a Él, a que se vuelvan del pecado a Dios, a que tomen una determinación, y que de una vez por todas claudiquen entre dos pensamientos, o los ídolos o el único Dios real. El método bíblico de evangelismo nos enseña que siempre debe dársele a los pecadores algo que hacer, siempre debemos proveer a nuestra audiencia de una forma para responder al mensaje del evangelio. Jamás se les deja en incertidumbre o con la idea de que deben esperar a que Dios se decida. Más bien, son ellos los que deben decidir.

Ahora, la idea bíblica, por supuesto, tampoco es que Jesús esté muriendo de frío afuera de nuestro corazón, tocando a la puerta y deseando que nos apiademos de él y que le dejemos entrar para que podamos ser “mejores amigos”. No nos equivoquemos, amados hermanos. La idea bíblica es, más bien, la de un poderoso Rey que está llamando a hombres, fugitivos de la ley y traidores a la corona, a que se rindan y se entreguen de una buena vez, prometiendo a cambio el perdón y la restauración o, de lo contrario, amenazando con la destrucción inminente.

Una buena cantidad de reformados no logran ver esto ya que se han quedado con las doctrinas más apantallantes que saltan a primera vista cuando uno comienza a incursionar en la fe reformada. Doctrinas como los Cinco Puntos del Calvinismo, la Predestinación y la Sobernaía de Dios, etc. Sin embargo, muchos de estos aludidos no han estudiado la doctrina de la Conversión, la doctrina del Pacto de Gracia, la doctrina del Llamamiento Universal del Evangelio, la doctrina del Libre Albedrío, la doctrina de la Voluntad de Dios, etc.

A esto nos referimos al decir que los árboles no les permiten ver el bosque. Hermanos míos, en el calvinismo hay mucho más que los Cinco Puntos del Calvinismo. Que estas cinco preciosas verdades no nos impiden ver el resto de la doctrina reformada.

2. Estoy abogando por terminología bíblica
La Biblia no funciona estrictamente bajo nuestra categorización teológica. A veces las Escrituras hablan de regeneración sin decir la palabra “regeneración”, a veces hablan de la santificación sin decir la palabra “santificación”. Y muchas otras veces hablan de la fe sin decir la palabra “fe” o “creer”. Sería necesario hacer la exégesis de los textos en los que esto sucede para comprobarlo fehacientemente, cosa que no podemos hacer aquí por cuestiones de espacio.

Pero el punto con todo esto es que, al expresarnos con frases como “aceptar a Cristo” o “recibir a Cristo” o “elegir a Cristo” simplemente estamos respetando el fenómeno bíblico que describimos arriba. Simplemente estamos diciendo “creer en Cristo” con otras palabras. Son expresiones sinónimas.

Vayamos una por una comenzando por la expresión: “elegir a Cristo”. La idea de que los pecadores deben elegir o tomar una determinación por Cristo es tan evidente en las Escrituras que sólo alguien que no haya leído la Biblia podría negarla. Esta idea se encuentra tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Y por supuesto, es cierto que no encontramos como tal la expresión “elige a Cristo” o “toma una desición por Cristo”, sin embargo, el espíritu de todos los llamamientos evangelísticos es el de una elección, una decisión humana. Son los pecadores los que deben hacer algo, no Dios. Dios es presentado como aquel que está ofreciendo salvación y los hombres sencillamente deben decidir si aceptar el ofrecimiento o rechazarlo. Siempre es así en los llamamientos del evangelio y del Pacto de Gracia. Observemos algunos textos:

Josué 24.15
“Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová.”

1º Reyes 18.21
“Y acercándose Elías a todo el pueblo, dijo: ¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él. Y el pueblo no respondió palabra.”

Ezequiel 14.6
“Por tanto, di a la casa de Israel: Así dice Jehová el Señor: Convertíos, y volveos de vuestros ídolos, y apartad vuestro rostro de todas vuestras abominaciones.”

Marcos 1.15
“diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio.”

Hechos de los Apóstoles 2.37–38
“Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.”

Hechos de los Apóstoles 2.40
“con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación”

Hechos de los Apóstoles 17.30
“Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan”

2 Corintios 5.20
“Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”

Apocalipsis 22.17
“Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.”

Estos son sólo un pequeño grupo de textos de la numerosa cantidad de textos que hablan de esta manera. A veces se presenta a Dios ordenando la conversión de los pecadores (Hch 17.30; Ezequiel 14.6) a veces se le presenta como rogando por la convesión de los pecadores (2 Cor 5.20), pero siempre es el hombre el que debe hacer algo y siempre es Dios quien está llamando. Diciendo “¡Ven!”. Y a pesar de ello, al mismo tiempo, sabemos y sostenemos que es Dios quien debe obrar primero la regeneración para que el llamamiento del evangelio resulte efectivo. Sí, ambas cosas son ciertas, que Dios debe obrar la regeneración y que el pecador debe ser llamado a convertirse.

Por otro lado, es un hecho que tenemos problemas con la expresion “recibe a Cristo”. Probablemente esto se deba a que nos hacen recordar prácticas no-bíblicas como el llamado al altar y la famosa “oración del pecador”. Sin embargo, debemos dejar en claro que el “recibir a Cristo” no implica necesariamente hacer la mencionada oración o pasar a alguien al altar. Mientras que, por otro lado, debemos apuntar a las Escrituras y admirar su terminología. En Juan 1.12, el apóstol dijo lo siguiente sobre nuestro Señor Jesús: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Una buena exégesis revelará que Juan está empleando la palabra “recibieron” como paralela a la expresión “a los que creen en su nombre”. De modo que, de nuevo, tenemos expresiones sinónimas. Dos formas de decir lo mismo.

Por supuesto, debemos tener cuidado ya que en nuestra época pueden ser mal interpretadas estas formas de expresarnos. Sin embargo, asímismo debemos tener cuidado de no escandalizarnos ni criticar sin misericordia a aquel que llame a los pecadores empleando expresiones como “recibir a Cristo”, tachándole de arminiano o de no-bíblico. Por lo tanto, llamar a los hombres a recibir a Cristo es algo bíblico.

3. Estoy abogando por algo que pertenece a la fe reformada histórica
En último lugar, quiero dejar en claro que no sólo es algo bíblico sino que es algo que la iglesia reformada ha creído desde siempre. Para demostrar esto acudiremos a nuestros documentos históricos reformados, nuestros símbolos doctrinales. En los símbolos doctrinales comunes a todas las iglesias verdaderamente reformadas se establece la ortodoxia reformada. Puedes ser cristiano sin adherirte a estos documentos, puedes incluso ser protestante sin adherirte a ellos, pero no puedes llamarte reformado si rechazas la doctrina descrita en estos textos.

Los documentos históricos a los que nos referimos son:

Los Estándares de Westminster:
  1. Catecismo Mayor de Westminster
  2. Catecismo Menor de Westminster
  3. Confesión de Fe de Westminster

Las Tres Formas de Unidad:
  1. Catecismo de Heidelberg
  2. Confesión Belga
  3. Cánones de Dort

En primer lugar, quiero que entendemos un poco del Pacto de Gracia tal y como es entendido en la tradición reformada. Entender al menos un poco de este asunto ayudará a aclarar todo lo que hemos dicho. Tenemos en el Catecismo Mayor de Westminster el siguiente enunciado:

“La gracia de Dios en el segundo pacto se manifiesta en que Dios provee y ofrece gratuitamente a los pecadores un Mediador, y por medio de él, vida y salvación; y requiriendo fe como condición” (P. 32).

Un pacto es un trato, un acuerdo. En la Biblia tenemos diferentes pactos. Y la teología se ha encargado de proveernos de unos cuantos más. Todos los pactos entre Dios y los hombres tienen, al menos, tres elementos: Las partes contratantes, que son las personas entre quienes se realiza el pacto; la promesa, que es la recompensa por cumplir con lo estipulado en el pacto; y la condición, que es lo que el hombre en pacto con la divinidad debe realizar para llegar a obtener la promesa.

Particularmente, el asunto con el Pacto de Gracia, es que Dios promete a los pecadores vida y salvación y requiere de ellos fe como condición (eso es lo que dice nuestro Catecismo). Es como un “tú haz esto y entonces yo te daré aquello”. Y es por ello que es un acuerdo. El hombre tiene que creer en Cristo y Dios se compromete a darle vida eterna y salvación al tal individuo.

Pero Dios no está ofreciendo esto directamente. Él no está pregonando las promesas de su Pacto sin valerse de intermediarios. El mismo Catecismo Mayor dice en la respuesta de su pregunta 35:

“En el Nuevo Testamento… el mismo pacto de gracia fue y debe aún administrarse en la predicación de la Palabra, y en la administración de los sacramentos del bautismo, y la Santa Cena, en los cuales se ofrece con mayor plenitud, evidencia y eficacia, la gracia y la salvación a todas las naciones.”

Así que, Dios administra el Pacto de Gracia por medio de la predicación de la Palabra. Dios, por medio de seres humanos, de predicadores, llama a los pecadores a que obtengan la promesa del Pacto requiriendo de ellos la fe como condición. Como si Dios hubiera dicho “¿Cómo haré llegar la noticia de que estoy ofreciendo esta salvación? ¡Ya sé, por medio de hombres que proclamen esta gran oferta!” Es inevitable que recordemos en este punto 2 Corintios 5.20 “Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”. Y eso es lo que hacemos, somos embajadores del Pacto de Gracia ¡Qué alta tarea!

El punto es que, entonces, como reformados, como pactuales, creemos que hay un llamado que, inevitablemente, debe hacerse. Históricamente creemos que debemos ser el canal por el cual Dios continúe diciendo a los hombres “Convertíos, y volveos de vuestros ídolos”. Debemos llamar a los pecadores, llamarles con un tono de autoridad dividan. Tocar la trompeta con ímpetu y decir “Dios mismo te está diciendo hoy “¡Ven!” ¿tendrás la osadía de declinar su llamado?”. Hermanos, no lo dudemos, tenemos la autoridad para hacer tal tipo de llamamiento.

Pero busquemos más en nuestros símbolos doctrinales. Busquemos en la Confesión de Fe de Westminster. En ella podemos observar que como reformados siempre hemos declarado sobre la fe salvífica lo siguiente: “Pero los principales actos de la fe salvadora son: aceptar, recibir, y descansar solamente en Cristo” (CFW XIV.2). La primera vez que leí esa porción de la Confesión pensé que algún arminiano había modificado mi amada Confesión, pero no. Para sorpresa mía y de muchos otros reformados novatos, confesionalmente y históricamente, los reformados creemos que cuando llamamos a los pecadores a creer en Cristo estamos llamándolos, al mismo tiempo, a aceptar, recibir y descansar en Cristo.

Sin embargo, es probable que lo que encontramos en los Cánones de Dort sea lo más esclarecedor.

“Pero cuantos son llamados por el Evangelio, son llamados con toda seriedad. Pues Dios muestra formal y verdaderamente en Su Palabra lo que le es agradable a Él, a saber: que los llamados acudan a Él. Promete también de veras a todos los que vayan a Él y crean, la paz del alma y la vida eterna” (Cánones de Dort Cap. 3 y 4.VIII)

Los Cánones dicen que todos los que son llamados por el evangelio son llamados “con toda seriedad”. En otras palabras, el llamado del evangelio, el llamado a venir a Cristo, es una oferta real tanto para los elegidos como para los no-elegidos. Es un llamado en serio y no sólo un truco o una broma de mal gusto de parte de Dios. Verdaderamente, todo aquel que en él crea tendrá vida eterna, realmente la responsabilidad de creer es colocada sobre los hombres mientras que, al mismo tiempo, sigue siendo verdad que si Dios no obra el nuevo nacimiento en el corazón humano ningún hombre será capaz de creer.

Un poco más adelante, seguimos leyendo:

“La culpa de que muchos, siendo llamados por el ministerio del Evangelio, no se  alleguen ni se conviertan, no está en el Evangelio, ni en Cristo, al cual se ofrece por el  Evangelio, ni en Dios, que llama por el Evangelio e incluso comunica diferentes dones a los que llama; si no en aquellos que son llamados”
(Cánones de Dort Cap. 3 y 4.IX)

¿Quién es el culpable de que no todos los que son llamados por el evangelio terminen siendo salvos? Nuestra tendencia híper-calvinista nos seduce a pensar que Dios es el culpable ya que es Él quien decide no regenerar a todos. Pero la fe reformada histórica considera que el único culpable es el hombre. El hombre que libremente rechaza el sincero ofrecimiento de Dios para adquirir la salvación.

Pero los Cánones van más allá y nos aclaran que aún cuando los elegidos van efectivamente a Cristo, ni siquiera en ese momento actúan sin su voluntad o en contra de su voluntad.

“ ...esta  gracia divina del nuevo nacimiento tampoco obra en los hombres como  en una cosa insensible y muerta, ni destruye la voluntad y sus propiedades, ni las obliga en  contra de su gusto, sino que las vivifica espiritualmente, las sana, las vuelve mejores y las doblega con amor  y a la vez con fuerza, de tal manera que donde antes imperaba la rebeldía y la oposición de la carne allí comienza a prevalecer una obediencia de espíritu voluntaria y sincera en la que descansa el verdadero y espiritual  restablecimiento y libertad de nuestra voluntad”
(Cánones de Dort Cap. 3 y 4.XVI)

Cuando vamos a Cristo, no vamos en contra de nuestra voluntad, no vamos coercionados de ningún modo. Vamos voluntariamente. Y es por ello que cuando llamamos a los hombres con el evangelio apelamos a su voluntad. Nosotros no sabemos el momento en el que Dios decida regenerarlos, pero si Dios ya ha hecho su obra, entonces responderán voluntariamente.

Por todas estas razones, la fe reformada histórica y ortodoxa desprecia la ausencia de llamamiento por parte de los expositores del evangelio. Desprecia los llamamiento que consisten en presentar a Dios como el que debe decidir salvar y al pecador como un mero espectador pasivo sin deber alguno. Desprecia la idea de que los llamamientos a venir a Cristo sean cosa de arminiano y fundamentalistas.

Esto es una de las cosas que nuestra iglesia reformada necesita hoy con mayor urgencia, que la grey se de cuenta de que Dios está esperando que cada uno de nosotros llamemos a los pecadores a tomar la decisión de venir a Cristo, creer en el evangelio, arrepentirse de sus pecados y rendir su vida enteramente ante su Señorío.

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