La mujer en Cristo, en el hogar y en la Iglesia




La estructura general de este artículo es la siguiente:

• La mujer en Cristo
• La mujer en el hogar
• La mujer en la Iglesia

Este orden no es arbitrario ni accidental. Hablaremos primero de la mujer en Cristo porque esto es lo primero en la vida de la mujer cristiana, del buen desempeño de la mujer como cristiana, de su comunión con Cristo y su devoción privada dependerá todo lo demás como su desempeño en el hogar y en la iglesia. En segundo lugar nos enfocaremos en el papel de la mujer en el hogar, sus ministerio para con su esposo y sus hijos, y sí, el ministerio de la mujer en el hogar es antes que sus responsabilidades en la iglesia, es primero. En último lugar consideraremos el rol de la mujer en la iglesia, lo que le es permitido y lo que le es prohibido.
    
Comencemos hablando de la mujer en Cristo.

A. LA MUJER EN CRISTO

1. La identidad de la mujer debe estar en Cristo.
Al hablar de la mujer “en Cristo” lo primero que quisiera mencionar es esto, amada hermana ¿dónde está tu identidad? ¿Dónde encuentras razón de ser? ¿Qué es lo que te define? Si alguien te preguntase ¿qué eres tú? ¿Qué es lo primero que dirías? El punto central aquí, el punto al que quiero llegar, es: “la identidad de la mujer cristiana debe estar en Cristo”. En teoría, si se nos pregunta en dónde está nuestra identidad, seguramente daremos con la respuesta esperada: “mi identidad está en Cristo” diremos. Pero seamos sinceros, analicémonos en poco más, en la práctica, en la vida real, esto no siempre es así. De hecho casi nunca esa así. En realidad, hermana, sé que debes estar tentada a basar tu identidad en el hecho de que eres madre y te defines a ti misma más por la maternidad más que por la cristiandad; o en el hecho de que eres esposa y es eso lo que te da sentido y dirección, o en el hecho de que tienes algún cargo en la iglesia o en tu profesión, en tu trabajo, en tu desarrollo profesional. De tal manera que antes de pensarte a ti misma como una mujer cristiana o una mujer de Dios, te concibes más como mamá. Te define más la palabra esposa, que la palabra “cristiana”. O tal vez te define más tu título profesional o tu empleo que Cristo mismo. Y escuchamos a hermanas de la iglesia diciendo cosas como “yo sin mis hijos no soy nada” y nos parece algo muy bonito, cuando en realidad este es el más claro reconocimiento de que una mujer se define más por su maternidad que por Cristo. Oímos de mujeres cosas como “sin mi esposo me muero” y se nos hace algo romántico cuando en realidad podría ser el reconocimiento de que esta mujer está basando su identidad en ser esposa más que en Cristo. Pero la identidad de la mujer cristiana debe estar primeramente en Cristo.

Hermana, el problema con basar tu identidad en estas otras cosas que no son Cristo es que… ¿qué va a pasar cuando tus hijos falten? ¿Qué ocurrirá cuando crezcan y se vayan? ¿Qué ocurrirá cuando tu esposo te falle? ¿Qué sucederá cuando te despidan de tu trabajo o si quedas incapacitada para continuar practicando tu profesión? ¿Qué si te quitan el cargo como maestra en la iglesia o como presidenta de la femenil? Cuando tu identidad se encuentra en estas cosas y estas te fallan; cuando lo que te da razón de ser ser esfume, entonces, indudablemente te derrumbarás, quedarás sin aquello que te definía como persona. Por ello, amada hermana, quiero recordarte que antes de ser mamá, o esposa, o profesionista o líder en la iglesia, o cualquier otra cosa, eres cristiana. Aunque todas las demás cosas te falten o te fallen, el fundamento de tu ser está en Cristo ¡Eres cristiana! Eres hija de Dios, eres redimida, eres sierva del Rey. Deja que esto sea lo que te defina por sobre todas las cosas. Tu identidad está en Cristo.

2. La vida espiritual de la mujer cristiana
Y como una mujer cuya identidad está en Cristo, hermana, necesitas cuidar tu vida espiritual. Gran parte del problema con el cristianismo es que se piensa que éste es algo estático. Que uno, al llegar a la fe en Cristo ha llegado a la meta, cuando en realidad, llegar a la fe en Cristo es apenas llegar a la línea de salida. Llegar al cristianismo es comenzar una carrera, comenzar un viaje, comenzar una batalla, comenzar una misión, no haberla terminado. Así que, hermana, ¿tu identidad ya está en Cristo? ¿Tú ya eres cristiana? ¡Gloria a Dios! Pero no has llegado a la meta. ¡Ahora lucha, lucha, lucha! Tienes una misión y la primera prioridad en esta misión es ver por tu propia vida espiritual. De esto depende todo lo demás.

Como una mujer cuya identidad está en Cristo, puede ser que tu misión o tu ministerio en la vida sea ser madre, o esposa. También puede ser que no tengas hijos o que ellos ya se hayan dio y que Dios te esté llamando a desarrollar tu particular vocación en este mundo o a servir en la iglesia. Pero hermana, la primera batalla, la que define todo lo demás, no se libra en la maternidad, con los hijos; no se libra en el hogar con tu esposo; tampoco se libra en la oficina, en tu empleo; ni dentro de las cuatro paredes de la iglesia con el cargo que se te haya otorgado. La primera batalla, la que debes librar antes de seguir con las demás luchas de la vida, se libra en la privacidad de tu habitación, en tus rodillas, en la devoción íntima con tu Señor. Hermana, tu vida espiritual es la primera línea de defensa que debes cuidar, porque tu vida espiritual será aquello contra lo cual Satanás levante todo su infernal arsenal.

Y puede que tú estés mal como madre, que estés fallando como esposa, que estés fracasando en tu particular vocación o en tu cargo en la iglesia y piensas que simplemente necesitas “echarle más ganas” pero no te has dado cuenta que has descuidado tu vida espiritual y que esta es la razón de tu fracaso en todo lo demás.

Hermana, persevera en oración, persevera en la lectura de la Palabra, persevera en la piedad y en las buena obras, persevera en la devoción privada con tu Señor, persevera en el estudio de la sana doctrina. Esto es tu primera prioridad: Persevera en tu vida espiritual. No podemos sobreenfatizar la importancia de estas cosas, hermana tú ¿oras en lo privado a tu Rey? ¿Lees las Escrituras para escuchar su voz dirigiéndote? Si la respuesta en negativa, y no lo haces ni lo harás, no tiene caso que pongas en práctica todo lo demás que será dicho en esta hora. Invierte tiempo en tu vida espiritual, esto es prioritario.

3. El carácter de la mujer cristiana
Digamos que ya estás en ello, que ya estás perseverando y luchando en tu vida espiritual. En crecer espiritualmente por medio de la Palabra y la oración constante. ¿Ya podemos brincar a las luchas específicas de la maternidad, el matrimonio, etc…? No, aún no. Queda una cosa más por contemplar: Tu carácter. El fruto más inmediato de tu lucha por una espiritualidad profunda debe ser un carácter santo. Si tu búsqueda por una vida espiritual vigorosa no está produciendo en ti un carácter santo entonces lo estás haciendo mal. Por ello debemos contemplar esto: Tu carácter.

Mansedumbre
1 Pedro 3.1-7 es un texto excelente para hablar del carácter de la mujer cristiana. Dios, por medio del apóstol, está diciendo que por medio de tu conducta, de tu carácter, aquellos que no creen en la Palabra de Dios pueden ser ganados. Lo importante es que en esta porción el apóstol nos da pautas de como debe ser el carácter de la mujer cristiana al usar expresiones como: “vuestra conducta casta y respetuosa” y como: “un espíritu afable y apacible”. Para resumir, al carácter que se pide aquí de la mujer es un carácter manso. Precisamente la palabra “mansedumbre” contiene la idea de la castidad, el respeto y la apacibilidad que Pedro menciona en el texto referido. Por lo tanto, hermana, busca un carácter manso.

Uno de los mayores retos en la búsqueda de este carácter manso es que el mundo, por todos los medios y con todas sus fuerzas, enseña a la mujer a ser todo menos mansa ¿No escuchamos seguido sobre el “empoderamiento femenino”? El feminismo radical, que en nuestra época es muy fuerte, pide que la mujer sea básicamente violenta y que esté a la defensiva ante todo. Todo es opresión, todo es machismo, todo es algún tipo de violencia o de acoso y la mujer tiene que protestar violentamente contra esto. Mientras que el Cordero de Dios cerró su boca y sin protesta fue llevado al matadero; mientras que los mártires cristianos de todas las épocas han sido quemados, apedreados y torturados sin reaccionar con violencia, las mujeres feministas, y entre ellas algunas mujeres cristianas, están listas para empuñar su espada, demandar sus derechos y rebanar la cabeza de todo aquel que las ponga un dedo encima. ¿Podríamos describir a estas mujeres como “castas y respetuosas”? ¿Podríamos decir que tienen un espíritu “afable y apacible”? ¡De ningún modo!

Y no estoy abogado porque las mujeres sean “dejadas” y que sufran en silencio por siempre. Pero si la mujer ha sido oprimida y esto no ha cambiado por décadas, no se debe a que ella no se haya defendido, sino a que el varón ha fallado en ser su protector y cuidador. Si la mujer es violentada de algún modo la solución no es que ella se vuelva violenta sino que el hombre salga a defenderla como a “vaso más frágil”.

Hermana, no te dejes llevar, tú eres de Cristo y buscas ser una mujer bíblica. Tu conducta debe ser mansa. Tu carácter debe ser manso ¡Eso es lo que Dios pide de ti!

Prudencia
Sólo una cosa más quiero mencionar sobre el carácter de la mujer cristiana. Hermana ¡Se prudente! Proverbios 14.1 dice: “La mujer sabia edifica su casa; Mas la necia con sus manos la derriba.” La sabiduría bíblica y la prudencia son sinónimos. Se pide de ti, mujer, prudencia.

Se prudente con tu boca. No abras la boca con ligereza, no expongas los pensamientos de tu corazón sin analizar si será sabio que los demás los escuchen. Busca la palabra adecuada para decirla en el momento adecuado. Calla cuando tengas que callar. Quizás dirás “¿y mi libertad de expresión?” Pero, hermana, eso déjalo para los de afuera, en el cristianismo no hay tal cosa como “libertad de expresión”. Todo lo que somos, lo que hacemos y lo que decimos está restringido y normado por el Rey Jesús y él nos ha dicho que “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación”(Efe 4.29). No tenemos libertad de expresión, no podemos expresarnos como se nos antoje, nuestra boca debe ser empleada para la gloria de Dios y la edificación de la iglesia. Piénsalo dos veces antes de hablar, ¿Dios será glorificado con lo que diré? ¿La iglesia será edificada con estas palabras? Se prudente.

Se prudente también con tu forma de vestir. Amada hermana, vivimos en un mundo caído y luchamos contra fuertes oponentes: la corriente de este mundo, Satanás y la carne ¿quieres ser tú el vehículo de Satanás para tentar a un varón? No es como que el varón sea inocente, el hombre que es tentado por esto es tentado por su propia concupiscencia, pero ¿acaso no es prudente que tú busques poner menos tentaciones para tu prójimo? Si amas a tus hermanos y amas la gloria de Dios ¿no buscarás evitar que esta gloria sea nublada por un mal testimonio por tu forma de vestir? ¿No buscarás evitar todos los pecados que te sean posibles, ya sean tuyos o de alguien más? Sé prudente en tu forma de vestir. Mira como lo dijo Pedro: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón” (1 Pedro 3.3).

Estas son sólo dos características del carácter de la mujer que teme a Jehová. De la mujer cristiana. Hay mucho más que decir pero necesitamos avanzar a otros asuntos.

Hemos hablado de la mujer en Cristo, hemos dicho que la identidad de la mujer debe estar basado en Cristo antes que en cualquier otra cosa. Que la prioridad de su vida debe ser su vida espiritual, su relación con Dios, su crecimiento en la fe y hemos mencionado que esta vida espiritual debe conducir a un carácter santo, un carácter manso y prudente.

Hablemos ahora de la mujer en el hogar. Más específicamente, de la mujer como esposa y como madre.

B. LA MUJER EN EL HOGAR

Hay una horrible tendencia en la actualidad a devaluar el papel de la mujer en el hogar y desprestigiar la sola idea de la mujer hogareña. De nuevo, el feminismo tiene algo que ver. Es por ello que necesitamos aclarar algo con respecto a nuestra consideración de la mujer en el hogar. Es cierto que la identidad de la mujer debe estar en Cristo antes que en la maternidad o el matrimonio y que su misión primaria es para con su propia vida espiritual, su crecimiento en la fe y su santidad. Pero después de esto, una vez que ella está ocupándose de esto, su primer ministerio es su hogar ¡El primer ministerio de la mujer es su hogar! No estamos hablando necesariamente de los quehaceres dentro de las cuatro paredes de su casa sino su labor para con su esposo y sus hijos, su labor como esposa y madre. Vamos a decirlo así: Amada hermana, servir y ayudar a tu esposo y educar y criar a tus hijos no son obstáculos en tu camino hacia tus metas ¡Son tus metas! No son estorbos en la realización de tus proyectos, son tu proyecto. Antes que tu desarrollo profesional, incluso antes que tu puesto en la iglesia como cocinera, o como tesorera o presidenta de la femenil, o lo que sea, está tu casa. No inviertas las prioridades, hermana. Tu primer ministerio es tu hogar.

1. Como esposa

Consideremos a la mujer en su papel de esposa. En esta área hay tres palabras que vamos a resaltar: sujeción, respeto y ayuda.

Sujeción
Como esposa, se pide de ti sujeción a tu esposo. Efesios 5.22 dice “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor”. La sujeción no implica inferioridad, humillación, misoginia o menosprecio por la mujer. No, nada de eso. La sujeción simplemente implica ORDEN. Es todo. Dios determinó que el orden en el que la institución del matrimonio y de la familia debían ser dirigidas sería con el varón como cabeza.

Como ilustración podemos pensar en el orden que hay en la Trinidad: Cristo está sometido al Padre y él hace, siempre, la voluntad del Padre, pero eso no implica que Cristo sea inferior al Padre, sólo implica que hay ORDEN en la Trinidad. Como nuestros gobernantes, a los cuales debemos sujeción sin que esto implique que ellos valgan más como personas que los civiles. ¿Cuán caótico sería todo si cada individuo quisiera mandar a manera de autoridad civil? ¡El orden es bueno y necesario! Alguien tiene que estar al frente y alguien debe sujetarse. Si todos intentan dirigir el mismo tiempo las cosas serían caóticas.

Así que, hermana, debes someterte, sujetarte y obedecer a tu esposo ¡Estás llamad a ello! No obstante, la sujeción que debes a tu esposo no es absoluta, no es obediencia ciega, ni tampoco es anular tu juicio u opiniones. La esposa puede y aún debe desobedecer si el varón demanda algo contrario a lo que Dios pide, pues ella debe obediencia y sujeción a su Dios por encima de la obediencia que le debe a su esposo. Hermana, si tu esposo te pide algo que va en contra de lo que tu Rey Jesús te pide entonces debes disentir, tú no puedes obedecer. También puedes desobedecer si la petición de tu esposo implica daño alguno a tu persona.

Por otro lado, la sujeción no implica que la mujer deba estar de acuerdo siempre con todo lo que su esposo dice o con las decisiones que él toma. Ella puede compartir su juicio y opiniones, puede corregir y mejorar el punto de vista de su esposo en determinado asunto, y debe incluso exhortar al varón si él está desviándose. Todo esto, siempre con un espíritu de humildad, de mansedumbre, con amor y con prudencia, no colocándose por encima de él.

Respeto
Ya que la sujeción no implica respeto, el respeto merece un tratamiento aparte. Las Escrituras dicen en Efesios 5.33: “cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido”. ¡La mujer RESPETE a su marido! Mujer, tu podrías estas sujetándote a tu marido pero no respetarlo. Te sujetas a él cuando haces caso a lo que dice y terminas obedeciendo, pero le faltas al respeto cuando te la pasas quejándote y juzgando todas sus decisiones. Te sometes cuando acatas lo que dice, pero le faltas al respeto cuando eres respondona o burlona con él. Faltas al respeto cuando le levantas la voz o cuando, en vez de corregirlo como a la cabeza del hogar, como a la autoridad inmediata que Dios puso sobre ti, lo corriges como si fuera tu hijo o tu criado.

Dios considera importante que en el momento de amonestar a alguien lo hagamos de acuerdo a quién es esta persona. En 1 Timoteo 5.1–2 dice: “No reprendas al anciano, sino exhórtale como a padre; a los más jóvenes, como a hermanos; a las ancianas, como a madres; a las jovencitas, como a hermanas, con toda pureza”. Y el mismo principio expuesto en este texto es aplicable al matrimonio. Hermana, tu esposo es tu cabeza, es tu autoridad, tu líder. Él no es infalible y necesitará de tu apoyo para ver sus errores pero tú necesitas abordarlo con respeto debido a quién es él.

Y yo entiendo, entiendo que el respeto es más fácil cuando tu esposo se lo gana. Pero hermana, cuando Dios pidió de ti esto no incluyó alguna cláusula que dijera algo como “pero si él se comporta de manera infantil, o si demuestra inmadurez, o falta de sabiduría en algún área, entonces puedes tratarlo irrespetuosamente”. No hay tal cosa, por lo tanto respeta a tu esposo.

Ayuda
Pero además de sujetarte a tu marido y de respetarlo, la Biblia, desde sus primeras páginas, nos dice cuál es uno de los principales roles de la mujer en su relación con su esposo. La mujer es ayuda, ayuda idónea.

En este punto hay que aclarar algo. Suelo escuchar a mujeres pensando en algún varón y diciendo cosas como “quisiera encontrar a mi ayuda idónea”, o a hombres diciendo a su mujer “yo quiero ser tu ayuda idónea”. Pero esto es un error. Una confusión. En la relación matrimonial, la mujer es la ayuda idónea del hombre pero el hombre NO es la ayuda idónea de la mujer. El hombre es la cabeza y la mujer es la ayuda. El hombre es el principal responsable de la familia, el guía y director del hogar, y la mujer es su asistente. Lamento si esto resulta ofensivo para la mentalidad feminista de alguien, pero esto es la Biblia. Es Dios quien ha dicho esto, no yo.

Así que, hermana, Dios te unió con ese varón para que tú lo asistas, para que tú seas la ayuda de él ¡Sin embargo! La mujer es ayuda de su marido no necesariamente en todos los antojos y proyectos del marido. La mujer es ayuda del marido no  principalmente en los sueños y metas del marido ¡La mujer es ayuda del marido en la misión que Dios le ha dado al marido! Dios creó la familia para la expansión de su reino, para su propia gloria, y puso al varón a la cabeza de este proyecto. Mujer, si vas a ser la ayuda idónea de tu esposo, debes serlo en la misión que Dios les dió, no en cualquier misión que a ti y a tu esposo se les antoje. Y si tú, mujer, eres ayuda de tu marido en este sentido ¿sabes cuál sería una de tus principales prioridades como la asistente de tu marido en la misión de Dios? ¡Su santificación! El reino de Dios crecerá y se expandirá en la medida en la que ustedes sean santificados, la misión de Dios para la familia marchará adecuadamente en la medida en la que ustedes estén en santificación. Mujer ¿quieres ser la ayuda idónea de tu esposo? Ayúdalo entonces a ser santo, a ser un hombre de Dios.

Y entonces, con esto, hemos considerado tres de las expresiones bíblicas que se emplean para hablar de la relación entre el hombre y la mujer en la relación matrimonial. Sujeción, respeto y ayuda.

Todo lo que hemos mencionado hasta este momento ha sido dicho en este orden por una razón. Hemos hablado primero de la mujer en Cristo porque esto es lo primero en la vida de ella y de esto depende todo lo demás. Hermana, no podrás ser buena esposa o buena madre si no estás primero unida a Cristo y si no permaneces en comunión con él.

Pero mencionamos primero a la mujer como esposa y hasta ahora vamos a considerar a la mujer como madre porque es prioritaria la relación matrimonial a la relación maternal. Si tú, hermana, no estás bien con tu esposo, eso impedirá que tu hogar camine adecuadamente, impedirá que tus hijos tengan el desarrollo cristiano que deben tener e impedirá que seas la madre bíblica que estás llamada a ser. Consideremos entonces, ahora, a la mujer como madre.

2. Como madre

En la consideración de la mujer como madre nos enfocaremos únicamente en un asunto, la educación, la educación de los hijos. En realidad en esta palabra están incluidos todos los aspectos de la maternidad. Cuando corriges a tus hijos los estás educando; cuando aconsejas a tus hijos los estás educando, y así mismo cuando los regañas, cuando los consuelas, cuando los consientes, etc...

Ya que el principal responsable del hogar es el varón, él es también el principal responsable de la educación de los hijos. Sin embargo, ya que él también es responsable de proveer y esto (en la mayoría de los casos) implicará que él estará ausente del hogar por largos lapsos, él puede delegar autoridad a la esposa para que ella, como su ayuda, se encargue de la educación de los pequeños mientras él no esté en casa.

Así que cuando papá no está en casa mamá es la autoridad máxima sobre los niños y ella toma las desciones sobre la educación de ellos, pero cuando papá llega, papá es la autoridad máxima y él es quien tiene la batuta de la intrucción. Y, por supuesto, en todo momento Dios es la autoridad máxima del padre tanto como de la madre.

Así que, hermana, mientras que tu esposo no está, la responsabilidad de la crianza y la educación es delegada a ti. Pero cuando tu esposo llegue debes entregar en sus manos esta empresa pues es él quien al final dará cuentas ante Dios.

Deuteronomio 6.5–9 dice: “5Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. 6Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; 7y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. 8Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; 9y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas.”

En este texto encontramos por primera vez aquello que luego sería conocido como el gran mandamiento. Jesús le dio gran importancia a este mandamiento cuando dijo que toda la ley y los profetas dependían de éste. El caso es que después de ser expuestas las palabras del mandamiento: “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” se llama a los padres a poner, en primer lugar, estas palabras en su propio corazón “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón”. Oh hermana, que esto sea verdad para ti en lo íntimo y en lo personal. Es hasta ese momento, cuando estas palabras son algo vital y real en la vida de los padres, que ellos están en la mejor posición para hacer con las palabras de Dios lo que se pide enseguida: “Y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes”. Hermana, este punto ya lo tratamos, primero tu propia vida espiritual, de ello dependerá todo lo demás. Después tu esposo, y enseguida tus hijo. Tú debes instruirlos a la manera de Dios.

¿Cómo debe ser esta instrucción? Ya que tus hijos nacen en un estado de pecado y, por consiguiente, en necesidad del salvador, la educación que tú tienes que darles debe ser una educación bíblica, evangelística y práctica.

Educación Bíblica
Debe ser bíblica porque debe estar basada en la Biblia. Esto es obvio.  Sin embargo, realizar una educación bíblica no significa sólo que tus hijos sepan historias bíblicas o que aprendan versículos de memoria, claro que eso no es malo y tendrá sus beneficios, pero no es lo principal en la educación bíblica. Lo principal es que tus hijos entiendan las verdades más centrales de las Escrituras. Cosas como: Que somos pecadores, que vivimos en un mundo caído, que no hay posibilidad de salvación fuera de Cristo, que no encontraremos razón de ser fuera de glorificar a Dios, que la Biblia es la autoridad máxima y por medio de ella Dios gobierna sobre nosotros, etc... Después de todo, ¿De qué le servirá a nuestros hijos saber que David mató a Goliat o que Jonás estuvo tres días en la panza de un gran pez si no saben que ellos son pecadores bajo la obligación de rendirse personalmente a Cristo en virtud del pacto de Gracia por el cual están vinculados juntamente con nosotros?

Educación Evangelística
Pero la educación, además de bíblica, debe ser evangelística. Pongámoslo de esta manera, como padres somos misioneros, nuestro primer campo misionero es nuestra casa y los primeros “conversos” de nuestro ministerio deben ser nuestros hijos. Ahora, esto es sólo una ilustración. La realidad es mucho más fuerte que eso. Hermana, tus hijos están en el pacto junto contigo y tu esposo, se espera de ellos más de lo que se espera de cualquier niño. Ellos son hijos de la promesa, no son simplemente incrédulos que hay que convertir al Señor. Son ciudadanos del reino, ciudadanos que deben aprender cuales son sus responsabilidades como parte de esta nación santa. Y la primera responsabilidad, la más fundamental, el primer deber que tienen tus hijos es ¡Rendir su ser entera y conscientemente al Señor y Rey Jesucristo!

Y, amada hermana, si ni tú ni tu esposo dirigen el corazón de sus hijos al Señor por medio de las Escrituras, algo más capturará sus corazones. Si Dios no es su Dios algo más será su dios. Tú no quieres eso. Por lo tanto, la educación no debe limitarse a ser una transferencia de información sobre la Biblia o sobre doctrina sino que debe ser algo vital, algo que pueda llevarse a la vida y ser puesto en práctica.

Educación Práctica
Cuando digo que la educación sea práctica, sí, me refiero en primer lugar a a que contenga proposiciones concisas sobre qué hacer en tal o cual situación. Me refiero a la ley de Dios y sus directrices tan precisas desde el interior, desde el corazón, tal como Jesús nos enseñó. Pero también me refiero a que tú hagas real lo que enseñas. Que los conceptos e ideas bíblicas se materialicen en ti, en la forma en la que vives tu vida. Si enseñas a tus hijos que Dios es el tesoro más precioso del mundo, que actúes de acuerdo a ello. Si enseñas a tus hijos que el pecado es lo más terrible y lamentable que existe en el universo, que obres consistentemente con ese hecho. Que tus hijos te ven llorar por tus pecados, que te vean luchando contra la carne. Que te vean buscando a Dios todos los días con urgencia, con todas tus fuerzas, anhelando conocer más de Cristo y de su Palabra. Hermana, tú puedes enseñar teóricamente que Cristo es tu mayor tesoro pero con tus actos transmitir que la televisión lo es, o que tus amigas lo son. Puedes decir que lo más lamentable y espantoso en el universo es el pecado, pero darle a tus hijos la impresión de que es más lamentable y espantoso subir de peso o carecer de dinero y bienes materiales. Has vital, tangible y real la enseñanza bíblica por la forma en la que vives.

C. LA MUJER EN LA IGLESIA…

Por último hablaremos del papel de la mujer en la iglesia. Para este punto será útil recordar que la labor que la mujer pueda desempeñar en la iglesia no es su labor principal. Su labor principal y primer ministerio es su casa. Hermana, si por atender a tus responsabilidades en la iglesia estás desatendiendo a tu esposo o a tus hijos no estás poniendo un orden correcto en tus prioridades. Estás violando el orden establecido por Dios.

Sin embargo, hermana, si estás ya realizando todo lo demás, si estás bien en tu relación con Dios, creciendo en santidad y espiritualidad, y si estás sirviendo en tu casa en lo que es tu labor, entonces sí, es tiempo de considerar lo que puedes hacer en la iglesia.

En cuanto al papel de la mujer en la iglesia hay dos cosas que pueden mencionarse. Lo que la mujer no puede hacer, sus prohibiciones en la iglesia, y lo que ella debe hacer, sus deberes. Comencemos con lo que ella no puede hacer.

Prohibiciones a la mujer en la iglesia
Pablo dijo en 1 Corintios 14.34-35: “vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación”

Y de nuevo, leemos sobre esto en 1 Timoteo 2.11–12 donde dice: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio”.

Este es uno de los argumentos por los cuales la mujer no puede ser ordenada al pastorado. No estamos cuestionando las capacidades o el valor de las mujeres. Sin embargo Dios dispuso que esto fuera así. Si no te parece, hermano, altercas con Dios, no conmigo.

La mujer no puede hablar en la congregación, ella debe estar en silencio. El mandato es claro, es muy explícito. Se necesitan violentar estos textos para llegar a decir que Pablo no quiso decir lo que claramente dijo. Pero esto es Palabra de Dios. Ha sido nuestro Rey quien ha inspirado al apóstol para escribir de esta manera y por lo tanto es Él quien ha puesto esta restricción. Mujer si tú hablas en la congregación no quebrantas una regla de hombres sino de quien has declarado ser tu Rey, te revelas contra su autoridad y estás teniendo a menos su revelación ¿no son las Escrituras, todas ellas, nuestra norma de fe y práctica? ¿Estamos autorizados para seleccionar lo que nos gusta y quitar lo que nos ofende? ¡De ningún modo! Amada hermana, calla, calla en la congregación o peca contra Dios.

Y, hermana, tú escucharás una gran variedad de explicaciones para alegar que en realidad este texto no dice lo que dice. No es este el momento para enumerar estos engaños, pero una cosa puedo decirte. Dios siempre ha hablado con claridad, siempre tiene mandatos fáciles de entender, directos, concisos. En el Edén Él dijo que no comiéramos del fruto porque moriríamos y entonces ¿recuerdas quien fue el primero en “re-interpretar” las palabras de Dios? ¡Satanás! Dios se expresó en los términos más sencillos posibles pero ¿qué hizo la serpiente? ¡Torcer sus palabras! ¿No es lo mismo que hizo con Jesús cuando intentó tentarle en el desierto? ¡Oh, esto es lo que hace el engañador! Satanás toma la Palabra de Dios y la re-interpreta, la tergiversa a su manera. Estamos en gran peligro cuando simplemente tomamos una porción de las Escrituras y decimos “sí, yo sé lo que dice, pero en realidad quiere decir….”. Dios dice en 1 Corintios 14.34-35: “vuestras mujeres callen en las congregaciones”. No hay nada de ambiguo en ello. Sólo nos queda obedecer o revelarnos contra ello.

Dios no está obligado a darnos explicaciones de sus mandatos, basta con que Él de la orden para que nosotros nos veamos bajo la responsabilidad de obedecer. Sin embargo, Dios es bondadoso y ha decidido revelarnos la razón de su mandato. ¿Por qué es que la mujer debe estar en silencio en la congregación? ¿Por qué pidió Dios esto? La Palabra responde: “porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación.”

Hermana, por todo lo que hemos mencionado hasta este punto, por el hecho de que tú eres ayuda, asistente, que eres quien debe sujeción y respeto al varón, es por ello que el abrir la boca en la asamblea santa te es indecoroso, es inadecuado. El que tú hables en la congregación es violar los principios del carácter casto, prudente y respetuoso. Simple y sencillamente no es el lugar ni el momento. Una mujer prudente no habla en la congregación, una mujer respetuosa mucho menos. ¿Cuándo es el lugar y el momento adecuados entonces? En tu casa, cuando haya terminado el culto público. Ahí habla con tu esposo, comparte tus observaciones, has tus preguntas para resolver tus dudas. El apóstol lo dijo así: “Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos”

Mujer, tú no puedes hablar y mucho menos enseñar en el contexto del culto público, en la asamblea santa de la iglesia de Dios. Pero dejemos este aspecto negativo del papel de la mujer en la iglesia y consideremos el aspecto positivo, lo que la mujer sí puede hacer.

Deberes para la mujer en la iglesia
Hay dos cosas que se manda específicamente a las mujeres en la iglesia: Que la mujer aprenda en silencio y que enseñe a las más jóvenes.

Del texto de 1 Timoteo 2.11–12 aprendemos el primer deber de la mujer en la iglesia: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción”. Esto, el aprender, es un deber de todo creyente, sin embargo aquí es puesto como algo que se le ordena muy puntualmente a la mujer “La mujer aprenda en silencio”. Hermana, en la iglesia, una de tus responsabilidades primarias es esta ¡Aprende!

Esto podría parecer obvio, pero no lo es. Dios sabe cuánto sucede que vienen tanto hermanos como hermanas con buena disposición queriendo servir y dicen cosas como: “hermano, quiero ayudar, quiero servir, quiero tener alguna responsabilidad en la iglesia”. Ellos se imaginan algún ministerio como cantar, estar con los jóvenes o con los niños, organizar un evento, un convivio, etc… sin embargo, hermana ¿quieres tú una responsabilidad? ¿Quieres servir a tu Señor? Entonces ¡Aprende! ¡Esa es tu responsabilidad! Estamos tan influenciados por nuestra época, y queremos movimiento, queremos actividad, queremos algo dinámico. Somos como Marta, afanados y turbados, mientras que María sabía que la mejor parte era sentarse a escuchar las Palabras de su Señor. Hermana, ¿quieres una responsabilidad en la iglesia? ¡Ya la tienes! Tu deber es aprender en silencio. Ven con una libreta y apunta lo que se diga, ven con la mente despejada y dispuesta para la enseñanza, pon toda tu atención y no te pierdas de la exposición del mensaje. Esto es lo que tu Señor pide de ti.

El hecho de que la mujer tenga esta responsabilidad debería hacer que los varones en la iglesia despierten y sientan mucho más el peso de la responsabilidad de estar preparados en la sana doctrina y en el entendimiento de las Escrituras. Hermano, si ellas van a aprender, tú necesitarás tener algo que enseñar y por favor que sea la Palabra de Dios y no ocurrencias de hombres.

Ahora, una de las razones por las cuales la mujer debe aprender es esta: Tito 2.3–7: “3Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien; 4que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, 5a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada.”

La mujer debe aprender en silencio porque llegará un momento en el que podrá enseñar, nunca a varones en el culto público, pero sí a otras mujeres. Hermana, debes aprender para luego enseñar. Tú enseñarás en su momento a las mujeres más jóvenes, las inexpertas en la fe, en un contexto de enseñanza privada, en una reunión de mujeres, en una comida o desayuno de damas, de manera informal. Talvez tú seas la mujer joven e inexperta, si ese es el caso acércate a alguna de las hermanas que consideres maduras en la fe y aprende de ellas. Ten en cuenta que la madurez no siempre está vinculada con la edad, que encontrarás mujeres mayores inexpertas en la feminidad cristiana verdadera. Deberás buscar con cuidado. Talvez en medio de tu búsqueda tú misma termines siendo aquella mujer madura a la cual otras recurran. Entonces deberás saber lo siguiente:

Las mujeres maduras que se ocuparán de la enseñanza de las jóvenes, deberán enseñar principalmente lo que ya hemos hablado sobre la mujer en el hogar y en la iglesia. Si tú, hermana, eres madura en la fe tu responsabilidad, después de aprender en silencio, es enseñar a otras mujeres “a amar a sus maridos y a sus hijos, 5a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos”. Básicamente, debes ayudar a otras damas a ser mujeres de Dios. Estas son tus responsabilidades particulares. Aprende en silencio y luego instruye a otras mujeres en la piedad.



Comentarios

  1. Gracias a Dios por tu Ministerio. Es de mucha bendición. Alex bendiciones a tu familia. El Señor te haga crecer cada día

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