La mujer en Cristo, en el hogar y en la Iglesia
La estructura general de
este artículo es la siguiente:
• La mujer en Cristo
• La mujer en el hogar
• La mujer en la Iglesia
Este orden no es
arbitrario ni accidental. Hablaremos primero de la mujer en Cristo porque esto
es lo primero en la vida de la mujer cristiana, del buen desempeño de la mujer
como cristiana, de su comunión con Cristo y su devoción privada dependerá todo
lo demás como su desempeño en el hogar y en la iglesia. En segundo lugar nos enfocaremos
en el papel de la mujer en el hogar, sus ministerio para con su esposo y sus
hijos, y sí, el ministerio de la mujer en el hogar es antes que sus responsabilidades
en la iglesia, es primero. En último lugar consideraremos el rol de la mujer en
la iglesia, lo que le es permitido y lo que le es prohibido.
Comencemos hablando de
la mujer en Cristo.
A. LA MUJER EN CRISTO
1. La identidad de la mujer debe estar en Cristo.
Al hablar de la mujer
“en Cristo” lo primero que quisiera mencionar es esto, amada hermana ¿dónde
está tu identidad? ¿Dónde encuentras razón de ser? ¿Qué es lo que te define? Si
alguien te preguntase ¿qué eres tú? ¿Qué es lo primero que dirías? El punto
central aquí, el punto al que quiero llegar, es: “la identidad de la mujer
cristiana debe estar en Cristo”. En teoría, si se nos pregunta en dónde está
nuestra identidad, seguramente daremos con la respuesta esperada: “mi identidad
está en Cristo” diremos. Pero seamos sinceros, analicémonos en poco más, en la
práctica, en la vida real, esto no siempre es así. De hecho casi nunca esa así.
En realidad, hermana, sé que debes estar tentada a basar tu identidad en el
hecho de que eres madre y te defines a ti misma más por la maternidad más que
por la cristiandad; o en el hecho de que eres esposa y es eso lo que te da
sentido y dirección, o en el hecho de que tienes algún cargo en la iglesia o en
tu profesión, en tu trabajo, en tu desarrollo profesional. De tal manera que
antes de pensarte a ti misma como una mujer cristiana o una mujer de Dios, te
concibes más como mamá. Te define más la palabra esposa, que la palabra “cristiana”.
O tal vez te define más tu título profesional o tu empleo que Cristo mismo. Y
escuchamos a hermanas de la iglesia diciendo cosas como “yo sin mis hijos no
soy nada” y nos parece algo muy bonito, cuando en realidad este es el más claro
reconocimiento de que una mujer se define más por su maternidad que por Cristo.
Oímos de mujeres cosas como “sin mi esposo me muero” y se nos hace algo
romántico cuando en realidad podría ser el reconocimiento de que esta mujer
está basando su identidad en ser esposa más que en Cristo. Pero la identidad de
la mujer cristiana debe estar primeramente en Cristo.
Hermana, el problema con
basar tu identidad en estas otras cosas que no son Cristo es que… ¿qué va a
pasar cuando tus hijos falten? ¿Qué ocurrirá cuando crezcan y se vayan? ¿Qué
ocurrirá cuando tu esposo te falle? ¿Qué sucederá cuando te despidan de tu
trabajo o si quedas incapacitada para continuar practicando tu profesión? ¿Qué
si te quitan el cargo como maestra en la iglesia o como presidenta de la
femenil? Cuando tu identidad se encuentra en estas cosas y estas te fallan;
cuando lo que te da razón de ser ser esfume, entonces, indudablemente te
derrumbarás, quedarás sin aquello que te definía como persona. Por ello, amada
hermana, quiero recordarte que antes de ser mamá, o esposa, o profesionista o
líder en la iglesia, o cualquier otra cosa, eres cristiana. Aunque todas las
demás cosas te falten o te fallen, el fundamento de tu ser está en Cristo ¡Eres
cristiana! Eres hija de Dios, eres redimida, eres sierva del Rey. Deja que esto
sea lo que te defina por sobre todas las cosas. Tu identidad está en Cristo.
2. La vida espiritual de la mujer cristiana
Y como una mujer cuya
identidad está en Cristo, hermana, necesitas cuidar tu vida espiritual. Gran
parte del problema con el cristianismo es que se piensa que éste es algo
estático. Que uno, al llegar a la fe en Cristo ha llegado a la meta, cuando en
realidad, llegar a la fe en Cristo es apenas llegar a la línea de salida.
Llegar al cristianismo es comenzar una carrera, comenzar un viaje, comenzar una
batalla, comenzar una misión, no haberla terminado. Así que, hermana, ¿tu
identidad ya está en Cristo? ¿Tú ya eres cristiana? ¡Gloria a Dios! Pero no has
llegado a la meta. ¡Ahora lucha, lucha, lucha! Tienes una misión y la primera
prioridad en esta misión es ver por tu propia vida espiritual. De esto depende
todo lo demás.
Como una mujer cuya
identidad está en Cristo, puede ser que tu misión o tu ministerio en la vida
sea ser madre, o esposa. También puede ser que no tengas hijos o que ellos ya
se hayan dio y que Dios te esté llamando a desarrollar tu particular vocación
en este mundo o a servir en la iglesia. Pero hermana, la primera batalla, la
que define todo lo demás, no se libra en la maternidad, con los hijos; no se
libra en el hogar con tu esposo; tampoco se libra en la oficina, en tu empleo;
ni dentro de las cuatro paredes de la iglesia con el cargo que se te haya
otorgado. La primera batalla, la que debes librar antes de seguir con las demás
luchas de la vida, se libra en la privacidad de tu habitación, en tus rodillas,
en la devoción íntima con tu Señor. Hermana, tu vida espiritual es la primera
línea de defensa que debes cuidar, porque tu vida espiritual será aquello
contra lo cual Satanás levante todo su infernal arsenal.
Y puede que tú estés mal
como madre, que estés fallando como esposa, que estés fracasando en tu
particular vocación o en tu cargo en la iglesia y piensas que simplemente
necesitas “echarle más ganas” pero no te has dado cuenta que has descuidado tu
vida espiritual y que esta es la razón de tu fracaso en todo lo demás.
Hermana, persevera en
oración, persevera en la lectura de la Palabra, persevera en la piedad y en las
buena obras, persevera en la devoción privada con tu Señor, persevera en el
estudio de la sana doctrina. Esto es tu primera prioridad: Persevera en tu vida
espiritual. No podemos sobreenfatizar la importancia de estas cosas, hermana tú
¿oras en lo privado a tu Rey? ¿Lees las Escrituras para escuchar su voz
dirigiéndote? Si la respuesta en negativa, y no lo haces ni lo harás, no tiene
caso que pongas en práctica todo lo demás que será dicho en esta hora. Invierte
tiempo en tu vida espiritual, esto es prioritario.
3. El carácter de la mujer cristiana
Digamos que ya estás en
ello, que ya estás perseverando y luchando en tu vida espiritual. En crecer
espiritualmente por medio de la Palabra y la oración constante. ¿Ya podemos
brincar a las luchas específicas de la maternidad, el matrimonio, etc…? No, aún
no. Queda una cosa más por contemplar: Tu carácter. El fruto más inmediato de
tu lucha por una espiritualidad profunda debe ser un carácter santo. Si tu
búsqueda por una vida espiritual vigorosa no está produciendo en ti un carácter
santo entonces lo estás haciendo mal. Por ello debemos contemplar esto: Tu
carácter.
Mansedumbre
1 Pedro 3.1-7 es un
texto excelente para hablar del carácter de la mujer cristiana. Dios, por medio
del apóstol, está diciendo que por medio de tu conducta, de tu carácter,
aquellos que no creen en la Palabra de Dios pueden ser ganados. Lo importante
es que en esta porción el apóstol nos da pautas de como debe ser el carácter de
la mujer cristiana al usar expresiones como: “vuestra conducta casta y
respetuosa” y como: “un espíritu afable y apacible”. Para resumir, al carácter
que se pide aquí de la mujer es un carácter manso. Precisamente la palabra
“mansedumbre” contiene la idea de la castidad, el respeto y la apacibilidad que
Pedro menciona en el texto referido. Por lo tanto, hermana, busca un carácter
manso.
Uno de los mayores retos
en la búsqueda de este carácter manso es que el mundo, por todos los medios y
con todas sus fuerzas, enseña a la mujer a ser todo menos mansa ¿No escuchamos
seguido sobre el “empoderamiento femenino”? El feminismo radical, que en
nuestra época es muy fuerte, pide que la mujer sea básicamente violenta y que
esté a la defensiva ante todo. Todo es opresión, todo es machismo, todo es
algún tipo de violencia o de acoso y la mujer tiene que protestar violentamente
contra esto. Mientras que el Cordero de Dios cerró su boca y sin protesta fue
llevado al matadero; mientras que los mártires cristianos de todas las épocas
han sido quemados, apedreados y torturados sin reaccionar con violencia, las
mujeres feministas, y entre ellas algunas mujeres cristianas, están listas para
empuñar su espada, demandar sus derechos y rebanar la cabeza de todo aquel que
las ponga un dedo encima. ¿Podríamos describir a estas mujeres como “castas y
respetuosas”? ¿Podríamos decir que tienen un espíritu “afable y apacible”? ¡De
ningún modo!
Y no estoy abogado
porque las mujeres sean “dejadas” y que sufran en silencio por siempre. Pero si
la mujer ha sido oprimida y esto no ha cambiado por décadas, no se debe a que
ella no se haya defendido, sino a que el varón ha fallado en ser su protector y
cuidador. Si la mujer es violentada de algún modo la solución no es que ella se
vuelva violenta sino que el hombre salga a defenderla como a “vaso más frágil”.
Hermana, no te dejes
llevar, tú eres de Cristo y buscas ser una mujer bíblica. Tu conducta debe ser
mansa. Tu carácter debe ser manso ¡Eso es lo que Dios pide de ti!
Prudencia
Sólo una cosa más quiero
mencionar sobre el carácter de la mujer cristiana. Hermana ¡Se prudente!
Proverbios 14.1 dice: “La mujer sabia edifica su casa; Mas la necia con sus
manos la derriba.” La sabiduría bíblica y la prudencia son sinónimos. Se pide
de ti, mujer, prudencia.
Se prudente con tu boca.
No abras la boca con ligereza, no expongas los pensamientos de tu corazón sin
analizar si será sabio que los demás los escuchen. Busca la palabra adecuada
para decirla en el momento adecuado. Calla cuando tengas que callar. Quizás
dirás “¿y mi libertad de expresión?” Pero, hermana, eso déjalo para los de
afuera, en el cristianismo no hay tal cosa como “libertad de expresión”. Todo
lo que somos, lo que hacemos y lo que decimos está restringido y normado por el
Rey Jesús y él nos ha dicho que “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra
boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación”(Efe 4.29). No
tenemos libertad de expresión, no podemos expresarnos como se nos antoje,
nuestra boca debe ser empleada para la gloria de Dios y la edificación de la
iglesia. Piénsalo dos veces antes de hablar, ¿Dios será glorificado con lo que
diré? ¿La iglesia será edificada con estas palabras? Se prudente.
Se prudente también con
tu forma de vestir. Amada hermana, vivimos en un mundo caído y luchamos contra
fuertes oponentes: la corriente de este mundo, Satanás y la carne ¿quieres ser
tú el vehículo de Satanás para tentar a un varón? No es como que el varón sea
inocente, el hombre que es tentado por esto es tentado por su propia
concupiscencia, pero ¿acaso no es prudente que tú busques poner menos
tentaciones para tu prójimo? Si amas a tus hermanos y amas la gloria de Dios
¿no buscarás evitar que esta gloria sea nublada por un mal testimonio por tu
forma de vestir? ¿No buscarás evitar todos los pecados que te sean posibles, ya
sean tuyos o de alguien más? Sé prudente en tu forma de vestir. Mira como lo
dijo Pedro: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de
adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón” (1 Pedro
3.3).
Estas son sólo dos
características del carácter de la mujer que teme a Jehová. De la mujer
cristiana. Hay mucho más que decir pero necesitamos avanzar a otros asuntos.
Hemos hablado de la
mujer en Cristo, hemos dicho que la identidad de la mujer debe estar basado en
Cristo antes que en cualquier otra cosa. Que la prioridad de su vida debe ser
su vida espiritual, su relación con Dios, su crecimiento en la fe y hemos
mencionado que esta vida espiritual debe conducir a un carácter santo, un
carácter manso y prudente.
Hablemos ahora de la
mujer en el hogar. Más específicamente, de la mujer como esposa y como madre.
B. LA MUJER EN EL HOGAR
Hay una horrible
tendencia en la actualidad a devaluar el papel de la mujer en el hogar y
desprestigiar la sola idea de la mujer hogareña. De nuevo, el feminismo tiene
algo que ver. Es por ello que necesitamos aclarar algo con respecto a nuestra
consideración de la mujer en el hogar. Es cierto que la identidad de la mujer
debe estar en Cristo antes que en la maternidad o el matrimonio y que su misión
primaria es para con su propia vida espiritual, su crecimiento en la fe y su
santidad. Pero después de esto, una vez que ella está ocupándose de esto, su
primer ministerio es su hogar ¡El primer ministerio de la mujer es su hogar! No
estamos hablando necesariamente de los quehaceres dentro de las cuatro paredes
de su casa sino su labor para con su esposo y sus hijos, su labor como esposa y
madre. Vamos a decirlo así: Amada hermana, servir y ayudar a tu esposo y educar
y criar a tus hijos no son obstáculos en tu camino hacia tus metas ¡Son tus
metas! No son estorbos en la realización de tus proyectos, son tu proyecto.
Antes que tu desarrollo profesional, incluso antes que tu puesto en la iglesia
como cocinera, o como tesorera o presidenta de la femenil, o lo que sea, está
tu casa. No inviertas las prioridades, hermana. Tu primer ministerio es tu
hogar.
1. Como esposa
Consideremos a la mujer
en su papel de esposa. En esta área hay tres palabras que vamos a resaltar:
sujeción, respeto y ayuda.
Sujeción
Como esposa, se pide de
ti sujeción a tu esposo. Efesios 5.22 dice “Las casadas estén sujetas a sus
propios maridos, como al Señor”. La sujeción no implica inferioridad,
humillación, misoginia o menosprecio por la mujer. No, nada de eso. La sujeción
simplemente implica ORDEN. Es todo. Dios determinó que el orden en el que la
institución del matrimonio y de la familia debían ser dirigidas sería con el
varón como cabeza.
Como ilustración podemos
pensar en el orden que hay en la Trinidad: Cristo está sometido al Padre y él
hace, siempre, la voluntad del Padre, pero eso no implica que Cristo sea
inferior al Padre, sólo implica que hay ORDEN en la Trinidad. Como nuestros
gobernantes, a los cuales debemos sujeción sin que esto implique que ellos
valgan más como personas que los civiles. ¿Cuán caótico sería todo si cada
individuo quisiera mandar a manera de autoridad civil? ¡El orden es bueno y
necesario! Alguien tiene que estar al frente y alguien debe sujetarse. Si todos
intentan dirigir el mismo tiempo las cosas serían caóticas.
Así que, hermana, debes
someterte, sujetarte y obedecer a tu esposo ¡Estás llamad a ello! No obstante,
la sujeción que debes a tu esposo no es absoluta, no es obediencia ciega, ni
tampoco es anular tu juicio u opiniones. La esposa puede y aún debe desobedecer
si el varón demanda algo contrario a lo que Dios pide, pues ella debe
obediencia y sujeción a su Dios por encima de la obediencia que le debe a su
esposo. Hermana, si tu esposo te pide algo que va en contra de lo que tu Rey
Jesús te pide entonces debes disentir, tú no puedes obedecer. También puedes
desobedecer si la petición de tu esposo implica daño alguno a tu persona.
Por otro lado, la
sujeción no implica que la mujer deba estar de acuerdo siempre con todo lo que
su esposo dice o con las decisiones que él toma. Ella puede compartir su juicio
y opiniones, puede corregir y mejorar el punto de vista de su esposo en
determinado asunto, y debe incluso exhortar al varón si él está desviándose.
Todo esto, siempre con un espíritu de humildad, de mansedumbre, con amor y con
prudencia, no colocándose por encima de él.
Respeto
Ya que la sujeción no
implica respeto, el respeto merece un tratamiento aparte. Las Escrituras dicen
en Efesios 5.33: “cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo;
y la mujer respete a su marido”. ¡La mujer RESPETE a su marido! Mujer, tu
podrías estas sujetándote a tu marido pero no respetarlo. Te sujetas a él
cuando haces caso a lo que dice y terminas obedeciendo, pero le faltas al
respeto cuando te la pasas quejándote y juzgando todas sus decisiones. Te
sometes cuando acatas lo que dice, pero le faltas al respeto cuando eres
respondona o burlona con él. Faltas al respeto cuando le levantas la voz o
cuando, en vez de corregirlo como a la cabeza del hogar, como a la autoridad
inmediata que Dios puso sobre ti, lo corriges como si fuera tu hijo o tu
criado.
Dios considera
importante que en el momento de amonestar a alguien lo hagamos de acuerdo a
quién es esta persona. En 1 Timoteo 5.1–2 dice: “No reprendas al anciano, sino
exhórtale como a padre; a los más jóvenes, como a hermanos; a las ancianas,
como a madres; a las jovencitas, como a hermanas, con toda pureza”. Y el mismo
principio expuesto en este texto es aplicable al matrimonio. Hermana, tu esposo
es tu cabeza, es tu autoridad, tu líder. Él no es infalible y necesitará de tu
apoyo para ver sus errores pero tú necesitas abordarlo con respeto debido a
quién es él.
Y yo entiendo, entiendo
que el respeto es más fácil cuando tu esposo se lo gana. Pero hermana, cuando
Dios pidió de ti esto no incluyó alguna cláusula que dijera algo como “pero si
él se comporta de manera infantil, o si demuestra inmadurez, o falta de
sabiduría en algún área, entonces puedes tratarlo irrespetuosamente”. No hay
tal cosa, por lo tanto respeta a tu esposo.
Ayuda
Pero además de sujetarte
a tu marido y de respetarlo, la Biblia, desde sus primeras páginas, nos dice
cuál es uno de los principales roles de la mujer en su relación con su esposo.
La mujer es ayuda, ayuda idónea.
En este punto hay que
aclarar algo. Suelo escuchar a mujeres pensando en algún varón y diciendo cosas
como “quisiera encontrar a mi ayuda idónea”, o a hombres diciendo a su mujer
“yo quiero ser tu ayuda idónea”. Pero esto es un error. Una confusión. En la
relación matrimonial, la mujer es la ayuda idónea del hombre pero el hombre NO
es la ayuda idónea de la mujer. El hombre es la cabeza y la mujer es la ayuda.
El hombre es el principal responsable de la familia, el guía y director del
hogar, y la mujer es su asistente. Lamento si esto resulta ofensivo para la
mentalidad feminista de alguien, pero esto es la Biblia. Es Dios quien ha dicho
esto, no yo.
Así que, hermana, Dios
te unió con ese varón para que tú lo asistas, para que tú seas la ayuda de él
¡Sin embargo! La mujer es ayuda de su marido no necesariamente en todos los
antojos y proyectos del marido. La mujer es ayuda del marido no principalmente en los sueños y metas del
marido ¡La mujer es ayuda del marido en la misión que Dios le ha dado al
marido! Dios creó la familia para la expansión de su reino, para su propia
gloria, y puso al varón a la cabeza de este proyecto. Mujer, si vas a ser la ayuda
idónea de tu esposo, debes serlo en la misión que Dios les dió, no en cualquier
misión que a ti y a tu esposo se les antoje. Y si tú, mujer, eres ayuda de tu
marido en este sentido ¿sabes cuál sería una de tus principales prioridades
como la asistente de tu marido en la misión de Dios? ¡Su santificación! El
reino de Dios crecerá y se expandirá en la medida en la que ustedes sean
santificados, la misión de Dios para la familia marchará adecuadamente en la
medida en la que ustedes estén en santificación. Mujer ¿quieres ser la ayuda
idónea de tu esposo? Ayúdalo entonces a ser santo, a ser un hombre de Dios.
Y entonces, con esto,
hemos considerado tres de las expresiones bíblicas que se emplean para hablar
de la relación entre el hombre y la mujer en la relación matrimonial. Sujeción,
respeto y ayuda.
Todo lo que hemos
mencionado hasta este momento ha sido dicho en este orden por una razón. Hemos
hablado primero de la mujer en Cristo porque esto es lo primero en la vida de
ella y de esto depende todo lo demás. Hermana, no podrás ser buena esposa o
buena madre si no estás primero unida a Cristo y si no permaneces en comunión
con él.
Pero mencionamos primero
a la mujer como esposa y hasta ahora vamos a considerar a la mujer como madre
porque es prioritaria la relación matrimonial a la relación maternal. Si tú,
hermana, no estás bien con tu esposo, eso impedirá que tu hogar camine
adecuadamente, impedirá que tus hijos tengan el desarrollo cristiano que deben
tener e impedirá que seas la madre bíblica que estás llamada a ser.
Consideremos entonces, ahora, a la mujer como madre.
2. Como madre
En la consideración de
la mujer como madre nos enfocaremos únicamente en un asunto, la educación, la
educación de los hijos. En realidad en esta palabra están incluidos todos los
aspectos de la maternidad. Cuando corriges a tus hijos los estás educando;
cuando aconsejas a tus hijos los estás educando, y así mismo cuando los
regañas, cuando los consuelas, cuando los consientes, etc...
Ya que el principal
responsable del hogar es el varón, él es también el principal responsable de la
educación de los hijos. Sin embargo, ya que él también es responsable de
proveer y esto (en la mayoría de los casos) implicará que él estará ausente del
hogar por largos lapsos, él puede delegar autoridad a la esposa para que ella,
como su ayuda, se encargue de la educación de los pequeños mientras él no esté
en casa.
Así que cuando papá no
está en casa mamá es la autoridad máxima sobre los niños y ella toma las
desciones sobre la educación de ellos, pero cuando papá llega, papá es la
autoridad máxima y él es quien tiene la batuta de la intrucción. Y, por
supuesto, en todo momento Dios es la autoridad máxima del padre tanto como de
la madre.
Así que, hermana,
mientras que tu esposo no está, la responsabilidad de la crianza y la educación
es delegada a ti. Pero cuando tu esposo llegue debes entregar en sus manos esta
empresa pues es él quien al final dará cuentas ante Dios.
Deuteronomio 6.5–9 dice:
“5Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y
con todas tus fuerzas. 6Y estas palabras que yo te mando hoy,
estarán sobre tu corazón; 7y las repetirás a tus hijos, y hablarás
de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando
te levantes. 8Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como
frontales entre tus ojos; 9y las escribirás en los postes de tu
casa, y en tus puertas.”
En este texto
encontramos por primera vez aquello que luego sería conocido como el gran
mandamiento. Jesús le dio gran importancia a este mandamiento cuando dijo que
toda la ley y los profetas dependían de éste. El caso es que después de ser
expuestas las palabras del mandamiento: “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu
corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” se llama a los padres a
poner, en primer lugar, estas palabras en su propio corazón “Y estas palabras
que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón”. Oh hermana, que esto sea verdad
para ti en lo íntimo y en lo personal. Es hasta ese momento, cuando estas
palabras son algo vital y real en la vida de los padres, que ellos están en la
mejor posición para hacer con las palabras de Dios lo que se pide enseguida: “Y
las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando
por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes”. Hermana, este punto ya lo
tratamos, primero tu propia vida espiritual, de ello dependerá todo lo demás.
Después tu esposo, y enseguida tus hijo. Tú debes instruirlos a la manera de
Dios.
¿Cómo debe ser esta
instrucción? Ya que tus hijos nacen en un estado de pecado y, por consiguiente,
en necesidad del salvador, la educación que tú tienes que darles debe ser una
educación bíblica, evangelística y práctica.
Educación Bíblica
Debe ser bíblica porque
debe estar basada en la Biblia. Esto es obvio.
Sin embargo, realizar una educación bíblica no significa sólo que tus
hijos sepan historias bíblicas o que aprendan versículos de memoria, claro que
eso no es malo y tendrá sus beneficios, pero no es lo principal en la educación
bíblica. Lo principal es que tus hijos entiendan las verdades más centrales de
las Escrituras. Cosas como: Que somos pecadores, que vivimos en un mundo caído,
que no hay posibilidad de salvación fuera de Cristo, que no encontraremos razón
de ser fuera de glorificar a Dios, que la Biblia es la autoridad máxima y por
medio de ella Dios gobierna sobre nosotros, etc... Después de todo, ¿De qué le
servirá a nuestros hijos saber que David mató a Goliat o que Jonás estuvo tres
días en la panza de un gran pez si no saben que ellos son pecadores bajo la
obligación de rendirse personalmente a Cristo en virtud del pacto de Gracia por
el cual están vinculados juntamente con nosotros?
Educación Evangelística
Pero la educación,
además de bíblica, debe ser evangelística. Pongámoslo de esta manera, como
padres somos misioneros, nuestro primer campo misionero es nuestra casa y los
primeros “conversos” de nuestro ministerio deben ser nuestros hijos. Ahora,
esto es sólo una ilustración. La realidad es mucho más fuerte que eso. Hermana,
tus hijos están en el pacto junto contigo y tu esposo, se espera de ellos más
de lo que se espera de cualquier niño. Ellos son hijos de la promesa, no son
simplemente incrédulos que hay que convertir al Señor. Son ciudadanos del
reino, ciudadanos que deben aprender cuales son sus responsabilidades como
parte de esta nación santa. Y la primera responsabilidad, la más fundamental,
el primer deber que tienen tus hijos es ¡Rendir su ser entera y conscientemente
al Señor y Rey Jesucristo!
Y, amada hermana, si ni
tú ni tu esposo dirigen el corazón de sus hijos al Señor por medio de las
Escrituras, algo más capturará sus corazones. Si Dios no es su Dios algo más
será su dios. Tú no quieres eso. Por lo tanto, la educación no debe limitarse a
ser una transferencia de información sobre la Biblia o sobre doctrina sino que
debe ser algo vital, algo que pueda llevarse a la vida y ser puesto en práctica.
Educación Práctica
Cuando digo que la
educación sea práctica, sí, me refiero en primer lugar a a que contenga
proposiciones concisas sobre qué hacer en tal o cual situación. Me refiero a la
ley de Dios y sus directrices tan precisas desde el interior, desde el corazón,
tal como Jesús nos enseñó. Pero también me refiero a que tú hagas real lo que
enseñas. Que los conceptos e ideas bíblicas se materialicen en ti, en la forma
en la que vives tu vida. Si enseñas a tus hijos que Dios es el tesoro más
precioso del mundo, que actúes de acuerdo a ello. Si enseñas a tus hijos que el
pecado es lo más terrible y lamentable que existe en el universo, que obres
consistentemente con ese hecho. Que tus hijos te ven llorar por tus pecados,
que te vean luchando contra la carne. Que te vean buscando a Dios todos los
días con urgencia, con todas tus fuerzas, anhelando conocer más de Cristo y de
su Palabra. Hermana, tú puedes enseñar teóricamente que Cristo es tu mayor
tesoro pero con tus actos transmitir que la televisión lo es, o que tus amigas
lo son. Puedes decir que lo más lamentable y espantoso en el universo es el
pecado, pero darle a tus hijos la impresión de que es más lamentable y
espantoso subir de peso o carecer de dinero y bienes materiales. Has vital,
tangible y real la enseñanza bíblica por la forma en la que vives.
C. LA MUJER EN LA IGLESIA…
Por último hablaremos del
papel de la mujer en la iglesia. Para este punto será útil recordar que la
labor que la mujer pueda desempeñar en la iglesia no es su labor principal. Su
labor principal y primer ministerio es su casa. Hermana, si por atender a tus
responsabilidades en la iglesia estás desatendiendo a tu esposo o a tus hijos
no estás poniendo un orden correcto en tus prioridades. Estás violando el orden
establecido por Dios.
Sin embargo, hermana, si
estás ya realizando todo lo demás, si estás bien en tu relación con Dios,
creciendo en santidad y espiritualidad, y si estás sirviendo en tu casa en lo
que es tu labor, entonces sí, es tiempo de considerar lo que puedes hacer en la
iglesia.
En cuanto al papel de la
mujer en la iglesia hay dos cosas que pueden mencionarse. Lo que la mujer no
puede hacer, sus prohibiciones en la iglesia, y lo que ella debe hacer, sus
deberes. Comencemos con lo que ella no puede hacer.
Prohibiciones a la mujer en la iglesia
Pablo dijo en 1
Corintios 14.34-35: “vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no
les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y
si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso
que una mujer hable en la congregación”
Y de nuevo, leemos sobre
esto en 1 Timoteo 2.11–12 donde dice: “La mujer aprenda en silencio, con toda
sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre,
sino estar en silencio”.
Este es uno de los
argumentos por los cuales la mujer no puede ser ordenada al pastorado. No
estamos cuestionando las capacidades o el valor de las mujeres. Sin embargo Dios
dispuso que esto fuera así. Si no te parece, hermano, altercas con Dios, no
conmigo.
La mujer no puede hablar
en la congregación, ella debe estar en silencio. El mandato es claro, es muy
explícito. Se necesitan violentar estos textos para llegar a decir que Pablo no
quiso decir lo que claramente dijo. Pero esto es Palabra de Dios. Ha sido
nuestro Rey quien ha inspirado al apóstol para escribir de esta manera y por lo
tanto es Él quien ha puesto esta restricción. Mujer si tú hablas en la
congregación no quebrantas una regla de hombres sino de quien has declarado ser
tu Rey, te revelas contra su autoridad y estás teniendo a menos su revelación
¿no son las Escrituras, todas ellas, nuestra norma de fe y práctica? ¿Estamos
autorizados para seleccionar lo que nos gusta y quitar lo que nos ofende? ¡De
ningún modo! Amada hermana, calla, calla en la congregación o peca contra Dios.
Y, hermana, tú
escucharás una gran variedad de explicaciones para alegar que en realidad este
texto no dice lo que dice. No es este el momento para enumerar estos engaños,
pero una cosa puedo decirte. Dios siempre ha hablado con claridad, siempre
tiene mandatos fáciles de entender, directos, concisos. En el Edén Él dijo que
no comiéramos del fruto porque moriríamos y entonces ¿recuerdas quien fue el
primero en “re-interpretar” las palabras de Dios? ¡Satanás! Dios se expresó en
los términos más sencillos posibles pero ¿qué hizo la serpiente? ¡Torcer sus
palabras! ¿No es lo mismo que hizo con Jesús cuando intentó tentarle en el
desierto? ¡Oh, esto es lo que hace el engañador! Satanás toma la Palabra de
Dios y la re-interpreta, la tergiversa a su manera. Estamos en gran peligro
cuando simplemente tomamos una porción de las Escrituras y decimos “sí, yo sé
lo que dice, pero en realidad quiere decir….”. Dios dice en 1 Corintios
14.34-35: “vuestras mujeres callen en las congregaciones”. No hay nada de
ambiguo en ello. Sólo nos queda obedecer o revelarnos contra ello.
Dios no está obligado a
darnos explicaciones de sus mandatos, basta con que Él de la orden para que
nosotros nos veamos bajo la responsabilidad de obedecer. Sin embargo, Dios es
bondadoso y ha decidido revelarnos la razón de su mandato. ¿Por qué es que la
mujer debe estar en silencio en la congregación? ¿Por qué pidió Dios esto? La
Palabra responde: “porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación.”
Hermana, por todo lo que
hemos mencionado hasta este punto, por el hecho de que tú eres ayuda,
asistente, que eres quien debe sujeción y respeto al varón, es por ello que el
abrir la boca en la asamblea santa te es indecoroso, es inadecuado. El que tú
hables en la congregación es violar los principios del carácter casto, prudente
y respetuoso. Simple y sencillamente no es el lugar ni el momento. Una mujer
prudente no habla en la congregación, una mujer respetuosa mucho menos. ¿Cuándo
es el lugar y el momento adecuados entonces? En tu casa, cuando haya terminado
el culto público. Ahí habla con tu esposo, comparte tus observaciones, has tus
preguntas para resolver tus dudas. El apóstol lo dijo así: “Y si quieren
aprender algo, pregunten en casa a sus maridos”
Mujer, tú no puedes
hablar y mucho menos enseñar en el contexto del culto público, en la asamblea
santa de la iglesia de Dios. Pero dejemos este aspecto negativo del papel de la
mujer en la iglesia y consideremos el aspecto positivo, lo que la mujer sí
puede hacer.
Deberes para la mujer en la iglesia
Hay dos cosas que se
manda específicamente a las mujeres en la iglesia: Que la mujer aprenda en
silencio y que enseñe a las más jóvenes.
Del texto de 1 Timoteo
2.11–12 aprendemos el primer deber de la mujer en la iglesia: “La mujer aprenda
en silencio, con toda sujeción”. Esto, el aprender, es un deber de todo
creyente, sin embargo aquí es puesto como algo que se le ordena muy
puntualmente a la mujer “La mujer aprenda en silencio”. Hermana, en la iglesia,
una de tus responsabilidades primarias es esta ¡Aprende!
Esto podría parecer
obvio, pero no lo es. Dios sabe cuánto sucede que vienen tanto hermanos como
hermanas con buena disposición queriendo servir y dicen cosas como: “hermano,
quiero ayudar, quiero servir, quiero tener alguna responsabilidad en la
iglesia”. Ellos se imaginan algún ministerio como cantar, estar con los jóvenes
o con los niños, organizar un evento, un convivio, etc… sin embargo, hermana
¿quieres tú una responsabilidad? ¿Quieres servir a tu Señor? Entonces ¡Aprende!
¡Esa es tu responsabilidad! Estamos tan influenciados por nuestra época, y
queremos movimiento, queremos actividad, queremos algo dinámico. Somos como
Marta, afanados y turbados, mientras que María sabía que la mejor parte era
sentarse a escuchar las Palabras de su Señor. Hermana, ¿quieres una responsabilidad
en la iglesia? ¡Ya la tienes! Tu deber es aprender en silencio. Ven con una
libreta y apunta lo que se diga, ven con la mente despejada y dispuesta para la
enseñanza, pon toda tu atención y no te pierdas de la exposición del mensaje. Esto
es lo que tu Señor pide de ti.
El hecho de que la mujer
tenga esta responsabilidad debería hacer que los varones en la iglesia despierten
y sientan mucho más el peso de la responsabilidad de estar preparados en la
sana doctrina y en el entendimiento de las Escrituras. Hermano, si ellas van a
aprender, tú necesitarás tener algo que enseñar y por favor que sea la Palabra
de Dios y no ocurrencias de hombres.
Ahora, una de las
razones por las cuales la mujer debe aprender es esta: Tito 2.3–7: “3Las
ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no esclavas
del vino, maestras del bien; 4que enseñen a las mujeres jóvenes a
amar a sus maridos y a sus hijos, 5a ser prudentes, castas,
cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de
Dios no sea blasfemada.”
La mujer debe aprender
en silencio porque llegará un momento en el que podrá enseñar, nunca a varones
en el culto público, pero sí a otras mujeres. Hermana, debes aprender para
luego enseñar. Tú enseñarás en su momento a las mujeres más jóvenes, las inexpertas
en la fe, en un contexto de enseñanza privada, en una reunión de mujeres, en
una comida o desayuno de damas, de manera informal. Talvez tú seas la mujer
joven e inexperta, si ese es el caso acércate a alguna de las hermanas que
consideres maduras en la fe y aprende de ellas. Ten en cuenta que la madurez no
siempre está vinculada con la edad, que encontrarás mujeres mayores inexpertas
en la feminidad cristiana verdadera. Deberás buscar con cuidado. Talvez en
medio de tu búsqueda tú misma termines siendo aquella mujer madura a la cual
otras recurran. Entonces deberás saber lo siguiente:
Las mujeres maduras que
se ocuparán de la enseñanza de las jóvenes, deberán enseñar principalmente lo
que ya hemos hablado sobre la mujer en el hogar y en la iglesia. Si tú,
hermana, eres madura en la fe tu responsabilidad, después de aprender en
silencio, es enseñar a otras mujeres “a amar a sus maridos y a sus hijos, 5a
ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos”.
Básicamente, debes ayudar a otras damas a ser mujeres de Dios. Estas son tus
responsabilidades particulares. Aprende en silencio y luego instruye a otras
mujeres en la piedad.
Gracias a Dios por tu Ministerio. Es de mucha bendición. Alex bendiciones a tu familia. El Señor te haga crecer cada día
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