El Estado de Pecado



P.18. ¿En qué consiste lo pecaminoso del estado en que cayó el hombre?

R. Lo pecaminoso del estado en que cayó el hombre consiste en la culpabilidad del primer pecado de Adán [1], la falta de justicia original [2] y la depravación de toda su naturaleza [3], llamada comúnmente pecado original, con todas las transgresiones actuales que de ella dimanan.[4]


INTRODUCCIÓN

Este es un comentario de la pregunta 18 de Catecismo Menor de Westminster. Aquí trataremos asuntos como ¿Qué es el "estado original"? ¿Qué es el "estado de pecado"? ¿Qué significa que seamos culpables del primer pecado de Adán? ¿Qué significa que estemos faltos de la justicia original? y finalmente ¿Qué implica que nuestra naturaleza esté totalmente depravada? Demos inicio a este comentario:

Cuando el Catecismo Menor habla de “el hombre” se refiere a toda la raza humana. A lo largo de este escrito, cada vez que hablemos de “el hombre” o “el ser humano” tendrá este mismo significado: “la raza humana”. En la pregunta 18 del Catecismo Menor se nos dice que el hombre (la raza humana) cayó en un estado de pecado.

Lo primero que viene a nuestras mentes es: ¿De dónde caímos? ¿Dónde estábamos antes? Si caímos significa que estábamos en cierto lugar del cual caímos, pero ¿cuál es ese “cierto lugar”?

Lo segundo que nos podríamos estar preguntando es: ¿En qué consiste este "estado de pecado" en el cuál caímos? Iniciemos hablando del estado en el cual estábamos antes de caer en pecado.

Para introducirnos en este asunto será útil regresar un poco a la lógica que el mismo Catecismo llevaba desde unas cuantas preguntas atrás.

I. EL ESTADO ORIGINAL

Antes de llegar a la pregunta 18, el Catecismo nos cuenta que en el principio el hombre se encontraba en cierto estado al que podemos llamar “estado original” éste es el estado en el que el ser humano fue creado ¿En qué consistía ese "estado original"? Encontramos la respuesta en la pregunta 10 del Catecismo Menor, que dice:

“P.10. ¿Cómo creó Dios al hombre?

R. Dios creó al hombre, varón y hembra, según su propia imagen, en ciencia, justicia y santidad, con dominio sobre todas las criaturas”

Quiero enfatizar aquello de “ciencia, justicia y santidad” pues específicamente es eso lo que perdimos en la caída:

1. Ciencia

Fuimos creados en “ciencia”: Esto significa “conocimiento”, “entendimiento” o “razón”. En otras palabras, en nuestra constitución humana original teníamos cierta inteligencia o entendimiento superior al que tenemos ahora. No estamos hablando de CANTIDAD de conocimiento (sin duda alguna el ser humano hoy en día tiene más cantidad de conocimiento del que tenían Adán y Eva), estamos hablando de CAPACIDAD para conocer y entender, hablamos de RAZONAMIENTO.

Podemos mencionar dos áreas en las que teníamos (en este estado original) capacidad de entendimiento: Teníamos capacidad de entendimiento, por un lado, en las cosas terrenas, que son las cosas de este mundo; y, por otro lado, en las cosas celestiales, que son las cosas espirituales.

Juan Calvino lo explica de la siguiente manera: “Llamo cosas terrenas a las que no se refieren a Dios, ni a su reino, ni a la verdadera justicia y bienaventuranza de la vida eterna, sino que están ligadas a la vida presente y en cierto modo quedan dentro de sus límites. Por cosas celestiales entiendo el puro conocimiento de Dios, la regla de la verdadera justicia y los misterios del reino celestial” (Institución II.ii.13)

Pues bien, en nuestra constitución original teníamos pleno acceso y una apreciación correcta tanto de las cosas terrenales como de las celestiales.

Nuestra mente y entendimiento tenían capacidad en los asuntos espirituales. Basta con recordar que, entonces, el ser humano hablaba con Dios así como hoy usted me escucha hablar a mí. Pero además, Adán entendía quién era su Creador y qué demandaba de él como criatura suya. Podemos imaginar que incluso la ley de Dios escrita en el corazón humano, aquella ley que aún hoy podemos percibir en nuestro sentido de la moralidad, era apreciada y reconocida por Adán mucho más fácilmente y con mucho más nitidez de lo que nosotros la percibimos y reconocemos en nosotros mismos actualmente. En pocas palabras, su entendimiento de las cosas celestiales era superior.

Pero no podemos limitarnos a lo espiritual. El hombre, en su estado original, también era capaz de razonar y acceder al entendimiento de las cosas de este mundo, pero lo hacía de una forma mucho más óptima de la que nosotros ahora lo hacemos. El pecado no sólo afectó nuestro entendimiento de las cosas espirituales sino también nuestro entendimiento de las cosas naturales. No sería descabellado suponer que si el hombre no hubiese pecado y perdido esta "ciencia" que tenía su estado original, los avances tecnológicos y aún la civilización entera, para el día de hoy, serían por mucho superiores a los que tenemos. La ingeniería, el arte, la arquitectura, y todas las ciencias y artes  que conocemos rebasarían en esplendidez a las que tenemos si no hubiésemos perdido aquello que se nos dio al principio.

2. Justicia y Santidad

Además de la “ciencia”, Adán, en su estado original, tenía justicia y santidad verdaderas. ¿Qué esto de la “justicia y santidad”? Debemos pensar sobre ambas cosas en relación a la voluntad y a los afectos. Esto es importante, así que lo reiteraré: Aquello de "justicia y santidad", tiene relación con nuestra voluntad y nuestros afectos. Me explico, Adán no se encontraba entre el bien y el mal sin ninguna preferencia natural por alguno. Adán no tenía aquello a lo que llaman, "neutralidad moral". Por decirlo de otro modo, a él no le daba igual tanto el bien como el mal. Así como al darle de escoger a un lobo, carne por un lado y lechuga por otro. Sabemos lo que el lobo escogerá, sabemos que no es neutral en esta decisión, pues por su naturaleza carnívora se ve inclinado por la carne. Similarmente, Adán fue creado con afectos y voluntad que tendían por la justicia; con una naturaleza inclinada por el bien y no por el mal, pero, también fue creado con la capacidad de elegir el mal, y sabemos que fue eso lo que hizo.

De nuevo, aquí podemos dividir este asunto en cosas terrenas y cosas celestiales. El ser humano fue creado con voluntad y afectos (deseos) por el bien y la justicia tanto para las cosas terrenas como para las cosas celestiales. Y en ambos campos, era por mucho superior a nosotros precisamente porque su inclinación natural, tanto en las cosas terrenas como en las celestiales, era hacia la justicia y la santidad.

En resumen, el ser humano fue creado con un entendimiento superior al nuestro tanto para lo espiritual como para lo natural, y fue adornado con afectos y voluntad inclinados a la justicia y la santidad tanto en los asuntos celestiales como en los terrenales. Eso es el estado original. Y es de ese estado original (de esta ciencia, justicia y santidad) que hemos caído.

Con esto hemos respondido a la pregunta "¿de dónde hemos caído?" pero ahora nos falta responder a la pregunta "¿a dónde hemos caído?". La respuesta en pocas palabras es: al estado de pecado. Pero, ¿en qué consiste el estado de pecado? O bien recurramos a la pregunta número 18 del Catecismo Menor: “¿En qué consiste lo pecaminoso del estado en que cayó el hombre?”

II. EL ESTADO DE PECADO

Son tres cosas las que debemos mencionar:
1. La culpabilidad del primer pecado de Adán
2. La falta de justicia original
3. La depravación de toda nuestra naturaleza

1. LA CULPABILIDAD DEL PRIMER PECADO DE ADÁN

Vayamos en orden. Lo primero que tenemos en el estado de pecado es ¡Culpa! Somos culpables de algo pero ¿de qué? la respuesta es ¡Del primer pecado de Adán! Aquel acto de rebeldía que consistió en tomar del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal y comerlo. Sí amado hermano, en cierto sentido somos culpables de un pecado que no cometimos ni consciente ni voluntaria ni personalmente. Sin embargo ¡Esto tiene una buena explicación!

Adán fue constituido por Dios como el representante de la raza humana dentro de un pacto (un trato o acuerdo) y dentro de un momento de prueba. La prueba o “trato” consistía en esto: Adán debía obedecer a Dios no comiendo del árbol de la ciencia, del bien y del mal, y si el permanecía sin comer del árbol, eventualmente él pasaría la prueba y sería elevado a un estado aún superior. Sin embargo, si él comía, la prueba no sería superada, el pacto sería transgredido y Adán debería morir. Pero lo importante para nuestro punto es que, en esta "prueba" y en este "pacto", Adán fue constituido el REPRESENTANTE de toda la raza humana.

Nosotros entendemos esto de los representantes y como sus acciones son consideradas acciones de todo el grupo que representan. Permítame dar un par de ejemplos: Si el representante de un país le declara la guerra a otro país, no será necesario que cada habitante personal, ni voluntaria ni conscientemente declare la guerra, no obstante todos y cada uno de ellos serán considerados en guerra por la determinación de su representante. Vemos, incluso, este asunto de la representatividad desde el Antiguo Testamento. Cuando David se enfrentó a Goliat no era simple cuestión de un hombre contra otro hombre sino de un pueblo contra otro pueblo, el pueblo de Israel contra los filisteos. Sin embargo, la victoria o derrota de aquel individuo que pelease contra Goliat volvería a todo el pueblo de Israel o esclavos de los filisteos o vencedores sobre ellos ¿por qué? Porque la victoria o derrota del representante (David, en este caso) se volvería la victoria o derrota de todo el grupo.

Escúchelo de la boca del mismo Goliat, él dijo al pueblo de Israel:

“Escoged de entre vosotros un hombre que venga contra mí. Si él pudiere pelear conmigo, y me venciere, nosotros seremos vuestros siervos; y si yo pudiere más que él, y lo venciere, vosotros seréis nuestros siervos y nos serviréis.” (1 Sam 17.8-9)


¿Pudo notarlo? La victoria o derrota del representante se volvería la victoria o derrota de todo el grupo.

Así que, todo va tomando su lugar. Si Adán fue puesto en esta prueba y en este pacto como el representante de la humanidad, y si él falló desobedeciendo a Dios, trasgrediendo el pacto y pecando, entonces la culpa de esta transgresión no cayó sólo sobre él sino sobre toda la humanidad que él representaba ¡Sobre todos nosotros!

En otras palabras, a menos de que usted no sea humano, usted es culpable del pecado de Adán. Todos nosotros somos culpables de pecado desde antes de cometer algún acto pecaminoso como tal, somos culpables incluso desde antes de nacer. Consecuentemente, somos merecedores de condenación aún desde antes de obrar algún mal y destinados a perdición sin importar las buenas obras que pudiéramos realizar en nuestra vida consiente. Esta puede no ser una doctrina popular o agradable, pero así es como Dios determinó que fuera.

Las pruebas bíblicas más explícitas que tenemos de esta doctrina son las que encontramos en Romanos 5, en palabras como “el pecado entró en el mundo por un hombre” (Ro 5.12) y “por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores” (5.19) Es decir: Adán desobedeció a Dios volviéndose culpable de pecado y esto hizo que todos los hombres fuéramos considerados o “constituidos” pecadores, o culpables de pecado.

Usted podrá decir "¡Eso no es justo, yo no pedí ser representado por Adán!". Pero si no estamos dispuestos a aceptar eso, tampoco deberíamos aceptar que Cristo nos represente ante el Padre y ¿quien se quejaría por esto último?

Por último, permítame ponerlo en términos más prácticos, si un recién nacido, por alguna razón muere, Dios podría justamente condenarlo pues aunque él no cometió pecado por sí mismo, sí es culpable del primer pecado de Adán.

Esta es la primera de tres cosas que podemos mencionar sobre el estado de pecado. La raza humana está en el estado de pecado que consiste, en primer lugar, en la culpabilidad del primer pecado de Adán.

2. LA FALTA DE JUSTICIA ORIGINAL

En segundo lugar tenemos algo a lo que el Catecismo Menor llama “la falta de justicia original”. ¡Perdimos la justicia original! Pero ¿qué es la justicia original? La justicia original es lo que hemos descrito ya bajo el nombre de “estado original”. Es aquella “ciencia, justicia y santidad” de las que hablamos anteriormente.

Recordemos que tanto la ciencia, como la justicia y santidad, funcionan en dos campos, en las cosas terrenas y en las cosas celestiales. Así que ¿cómo quedamos después de perder aquella ciencia, justicia y santidad?

Nuestro entendimiento, afectos y voluntad, en cuanto a las cosas “terrenales”, quedaron corrompidos, pero no totalmente desprovistos de toda capacidad. No obstante, en cuanto a las cosas “celestiales”, nuestro entendimiento, afectos y voluntad, no están solo corrompidos sino efectiva y totalmente desprovistos de toda capacidad. Esto requiere de una explicación mayor:

a. El entendimiento de las cosas terrenas
En cuanto al entendimiento natural o “terreno”, en la razón y la verdad que queda dentro de los límites de este mundo, tenemos cierta capacidad de razonamiento, es cierto, sin embargo, es una capacidad corrompida por el pecado. Por ejemplo: El entendimiento humano corrompido, aplicado a la ciencia, es lo que nos ha llevado a creer en cosas como la evolución, aplicado a la psicología nos ha llevado a llamarle “enfermedad” al pecado, aplicado a lo político y social nos ha llevado al marxismo y al neo-marxismo, aplicado a la filosofía nos ha llevado al relativismo de la verdad, y sigue la lista… ¡Es un hecho! ¡Tenemos un entendimiento corrompido! no obstante, en este entendimiento de las cosas terrenas, no estamos totalmente desprovistos de toda luz y razón. Mucha gente que no conoce a Cristo, ha llegado a elaborar, entender y enseñar cosas verdaderas, buenas y útiles. Esto se debe a que, a pesar de que en las cosas terrenas tenemos un entendimiento corrompido, sin embargo, éste no está totalmente desprovisto de toda capacidad para buscar la verdad y razonar correctamente.

Juan Calvino lo dijo muy bien: “Decir que el entendimiento está tan ciego, que carece en absoluto de inteligencia respecto a todas las cosas del mundo, repugnaría, no sólo a la Palabra de Dios, sino también a la experiencia de cada día. Pues vemos que en la naturaleza humana existe un cierto deseo de investigar la verdad, hacia la cual no sentiría tanta inclinación si antes no tuviese gusto por ella. Es, pues, ya un cierto destello de luz en el espíritu del hombre este natural amor a la verdad” (Institución II.ii.a)


b. El entendimiento de las cosas celestiales
No obstante, en cuanto a las cosas celestiales, tenemos un entendimiento totalmente inútil. Nuestra mente, definitivamente, no tiene habilidad al tratarse del conocimiento del reino de Dios, perdió la capacidad de entender y aún de percibir lo que sucede en esta esfera. La Escritura dice: “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Cor 2.14)

Hable usted con un incrédulo sobre Cristo, sobre su obra, sobre la santidad o las bendiciones que Dios le distribuye día con día, él tomará todas estas cosas como una locura de parte suya, pues los hombre no regenerados, los hombres en su estado caído, en su estado de pecado, no entienden nada de esto, porque en las cosas celestiales están como muertos.

En resumen ¿Cómo quedó nuestro entendimiento en cuanto a los asuntos terrenos? Corrompido pero no desprovisto de toda capacidad, y ¿cómo quedó en cuanto a los asuntos celestiales y espirituales? Totalmente desprovisto de toda capacidad.

c. La voluntad en las cosas terrenas
Los afectos y voluntad que teníamos también se vieron afectados por la caída. En las cosas de este mundo, nuestros afectos y voluntad ahora están corrompidas, deseamos el mal. Dice la Escritura: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal.” (Gen 6.5). Veremos un poco más de esto cuando hablemos de la depravación de la naturaleza humana.


Sin embargo, no hemos perdido por completo las capacidades de nuestra voluntad y nuestros afectos. No somos robots al servicio del mal. Aún nuestras decisiones son nuestras. Y tampoco no somos incapaces de desear ciertos bienes. Podemos remitirnos a lo que dijo Calvino: “la voluntad… no se perdió totalmente; pero se encuentra de tal manera cogida y presa de sus propios apetitos, que no puede apetecer ninguna cosa buena” (Institución II.ii.12)

Somos seres que toman decisiones verdaderas y que deben responsabilizarse por estas decisiones. Y es por ello que aún tenemos con nosotros ciertas capacidades de la voluntad. Sin embargo, esta es una voluntad tan corrompida que no podemos más que pecar. No podemos hacer el bien, sólo pecamos, no obligadamente, sino voluntariamente.

En resumen, en cuanto a las cosas terrenas, tenemos una voluntad corrompida pero no desprovista de toda capacidad, pues no somos robots.

d. La voluntad en las cosas celestiales
Por otro lado, en cuanto a las cosas celestiales, nuestra voluntad sí se perdió totalmente. No deseamos, y no queremos entregarnos a Cristo en fe y arrepentimiento, no podemos hacerlo, no tenemos la capacidad para realizar ese acto porque no tenemos la voluntad de hacerlo. Esta puerta quedó cerrada tras la caída de la raza humana en pecado.

Así que, en cuanto a las cosas celestiales, tenemos una voluntad totalmente desprovista de toda capacidad.

¿Qué significa entonces la falta de justicia original? Significa que nuestro nuestro entendimiento, afectos y voluntad, en cuanto a las cosas “terrenales”, quedaron corrompidos, pero no totalmente desprovistos de toda capacidad. No obstante, en cuanto a las cosas “celestiales”, nuestro entendimiento, afectos y voluntad, no están solo corrompidos sino efectiva y totalmente desprovistos de toda capacidad

3. LA DEPRAVACIÓN DE TODA NUESTRA NATURALEZA

En tercer y último lugar tenemos aquello que la Confesión de Fe llama “La depravación de toda nuestra naturaleza”. ¿Qué es esto? Es el efecto más profundo del pecado en el ser humano. El pecado no es sólo algo al nivel de las acciones, como matar, mentir y robar, es más profundo. Más profundo incluso que los pensamientos y sentimientos (porque sí, se puede tener pensamiento y sentimientos pecaminosos). El pecado llegó tan profundo que afectó incluso nuestra misma naturaleza humana interna. Dijo el apóstol Pablo que somos “por naturaleza hijos de ira” (Efe 2.3). Nuestra naturaleza quedó totalmente depravada y corrompida por el pecado. ¿Cuáles son las implicaciones de esto? He aquí algunas implicaciones de esta verdad:

a. Nacemos siendo pecadores
Mucha gente cree que los recién nacidos están en un estado de pureza y que son las influencias negativas de su entorno las que los van corrompiendo. Entonces un día aquel pequeño comete su primer pecado y así se vuelve “pecador” ante Dios, pues antes no lo era pero después de pecar comenzó a serlo. La realidad es otra. La naturaleza pecaminosa es hereditaria desde nuestro primer padre, Adán, por lo tanto es innata, es decir ¡Nos viene de nacimiento! Dios no se encuentra esperando a ver si el próximo recién nacido va a pecar o a mantenerse puro para emitir un veredicto sobre él, más bien Él sabe que el próximo recién nacido, ciertamente, pecará ¿Por qué? Porque nació con una naturaleza pecaminosa ¡Nació pecador!

El Rey David dijo en el Salmo 51.5: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” El pecado es algo de nacimiento ¡Venimos con ello! ¡Venimos sabiendo pecar! ¡Nacemos pecadores!

b. Es de esta naturaleza pecaminosa que salen todos los demás pecados
Si usted alguna vez se preguntó ¿de dónde viene la maldad humana? Esta es la respuesta, pecamos porque tenemos una naturaleza pecaminosa. Si alguien se pregunta por qué los leones son animales salvajes y no los podemos domesticar como los perros o los gatos. La respuesta es ¡Porque tienen una naturaleza salvaje! De la misma manera ¿Por qué los seres humanos pecamos? ¡Porque tenemos una naturaleza pecaminosa! De esta naturaleza pecaminosa provienen todos los pecados que realizamos así como de una fuente sale agua.

Fue nuestro Señor Jesucristo quien dijo “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mat 15.19)

En otras palabras, es del corazón (de la naturaleza pecaminosa) que sale toda la maldad humana. Y quiero decirle de dónde no proviene la maldad humana: La maldad humana no proviene de que nos ha ido mal en la vida "soy malo porque la vida me ha tratado mal"; tampoco proviene de que tenemos necesidades insatisfechas, "actué así pero fue porque no me siento amado"; ni siquiera proviene de que tuvimos traumas en la niñez, "soy así porque mi papá nos abandonó a los seis años". Todas estas cosas pueden influir, pero la raíz de nuestra maldad y la razón más profunda de nuestra vileza es que tenemos un corazón o una naturaleza corrompida y pecaminosa.

c. Somos desagradables por lo que somos y luego por lo que hacemos
Esta es una de las implicaciones más duras de escuchar, pero es necesario mencionarla a fin de exponer enteramente esta doctrina. Piense en un bicho o algún otro animal rastrero hacia el cual usted no sienta más que repulsión. En mi caso ¡No soporto a las cucarachas! Si me encuentro con una debo quitarla de mi vista.

Debo aclarar que, para mí, las cucarachas no son despreciables porque realicen actos que a mí me desagraden. No se trata de sus acciones, se trata de su cucarachozo ser, ellas son insoportables por el simple hecho de ser lo que son. Ellas pueden intentar halagarme o insultarme, pudieran tratar de hacerme algún bien u obrar maldades contra mí, sin embargo, eso no cambiaría mi desprecio por ellas. Tendrían que dejar de ser lo que son para que yo pudiera dejar de despreciarlas como las desprecio.

Lo mismo ocurre con la naturaleza pecaminosa humana. Los seres humanos estamos de tal manera revestido de esta detestable naturaleza pecaminosa, que no importa si pecamos descaradamente o si estamos “inocentemente” dormidos, en todo momento somos desagradables para Dios, no tanto por hacer pecados sino por ser pecadores. En este sentido (y sólo en este sentido), no importa si engrandecemos o si blasfemamos su nombre. No importa si hacemos méritos o si nos rebelamos en contra suya ¡Todo el tiempo somos desagradables para Dios! Lo único que podemos lograr es volvernos aún más detestables sumando a nuestra odiosa naturaleza odiosos actos corrompidos.

En resumen, somos desagradables para Dios primero por lo que somos y luego por lo que hacemos.

d. No podemos agradar a Dios
En último lugar, necesitamos decir algo que para este punto debe ser ya obvio. Debido a esta naturaleza pecaminosa, nada de lo que hagamos puede obtener el agrado de Dios. Dios no recibe gloria de los hombres que yacen en su naturaleza pecaminosa. Los seres humano en este estado de pecado no realizan ninguna obra que Dios considere “buena obra”.

Dice la Escritura: “los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Ro 8.7) aquello de “los designios de la carne” no es otra cosa que la naturaleza pecaminosa. La Biblia nos dice que en este naturaleza nos es imposible sujetarnos verdaderamente a la ley de Dios. Claro, podemos obedecer externamente lo que dice la Palabra, realizar actos que externamente se apeguen a lo que dicen las Escrituras, pero no podemos hacerlo de corazón, interna y realmente. Y por lo tanto no podemos hacerlo de una manera que de gloria a Dios. Aun nuestra mejores obras están manchadas de pecado y por lo tanto no son tomadas por Dios como buenas. De hecho, no existen obras mas despreciables que aquellos que esconden su maldad interior tras una cobertura de piedad superficial.

Esto es lo que implica que tengamos una naturaleza pecaminosa y depravada. Este es el tercer punto que sirve para explicar en qué consiste la pecaminosidad del estado en que cayó el hombre.

CONCLUSIÓN

Con esto, hemos abarcado las tres cosas en las que consiste el estado de pecado en el que caímos: (1) la culpabilidad del primer pecado de Adán, (2) la falta de justicia original y (2) la depravación de toda nuestra naturaleza.

Al final de esto, nos quedamos con un cuadro sumamente desolador y desesperanzador. Si el “estado de pecado” es el estado en el cual nos encontramos ¿Qué nos queda? ¿Cómo podremos librarnos de la condenación? Es ahí donde entra Cristo, nuestro salvador, y con su vida y obra da marcha atrás a este terrible cuadro. Pero eso será tema de otro escrito.




[1] Ro. 5.12, 19: «Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. […] Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos».
[2] Ro. 3.10: «Como está escrito: No hay justo, ni aun uno». Ef. 4.24: «y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad». Cf. Col. 3.10.
[3] Sal. 51.5: «He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre». Jn. 3.6: «Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es». Ro. 3.18: «No hay temor de Dios delante de sus ojos». Cf. Ro. 8.7-8; Ef. 2.3.
[4] Mt. 15.19: «Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias». Ef. 2.1-3: «Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de nuestra carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira lo mismo que los demás». Stg. 1.14-15: «... sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte». Cf. Gn. 6.5; Sal. 53.1-3; Ro. 3.10-18, 23; Ro. 5.10-20; Gl. 5.19-21

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